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por Xavier Prats Monné, Director General de Salud y Seguridad Alimentaria, Comisión Europea

por Xavier Prats Monné, Director General de Salud y Seguridad Alimentaria, Comisión Europea

Por lo general, los avances científicos son difíciles de conseguir, pero una vez obtenidos los damos fácilmente por descontado. ¿Quién recuerda hoy que, solo en el siglo XX, la viruela acabó con la vida de entre 300 y 500 millones de seres humanos? En 1967, año en el que la OMS anunció un programa de erradicación de la viruela a nivel mundial, esta enfermedad afectó a entre 10 y 15 millones de personas, con un balance de dos millones de muertos, millones de personas desfiguradas y cerca de 100.000 casos de ceguera. Por desgracia, algunas personas parecen haberlo olvidado. Hoy día, en el mundo occidental los niños ya no mueren por enfermedades como la polio, y la viruela ha pasado a ser una anécdota de la historia. Sin embargo, esta situación no se produjo por arte de magia y de un día para otro, sino que fue posible gracias a lo que los expertos consideran como uno de los mayores avances en salud pública del siglo XX: la inmunización. Este éxito no ha impedido que siga habiendo escépticos en cuanto a la necesidad de la vacunación. El alarmismo y el sensacionalismo mediático, junto con la burda exageración del riesgo que acompaña a las vacunas, han logrado que una parte de la sociedad olvide la importancia de la vacunación para que todos gocemos de buena salud.

La vacunación es la herramienta preventiva de salud pública más poderosa con que contamos para protegernos frente a gran número de enfermedades contagiosas pero, a pesar de ello, en la UE los índices de vacunación son reducidos e incluso están disminuyendo en la mayoría de los Estados miembros. Esto es así porque se han sobrestimado excesivamente los riesgos asociados a la vacunación y se ha subestimado el riesgo que entrañan las enfermedades contagiosas.  

Sin embargo, la disminución de la demanda no ha dado lugar a un excedente de vacunas: antes bien, ha provocado su escasez en muchos Estados miembros. Los productores establecidos en Europa ahora son menos y tienen que abastecer a un mercado cada vez más globalizado, lo que ha generado una escasez que podría ser crítica y llegar a crear un problema de seguridad sanitaria.

Además, muchos de los programas nacionales de inmunización carecen de una planificación financiera robusta, adolecen de una insuficiencia de inversiones en infraestructuras y supervisión y conviven con procedimientos de adquisición de vacunas costosos, ineficaces e improductivos. 

Aunque los Estados miembros son responsables de la organización y aplicación de sus propios programas de vacunación, la UE puede prestar ayuda en caso de amenazas transfronterizas para la salud, como la de las enfermedades transmisibles. Una herramienta básica para proporcionar esta ayuda es el acuerdo de adquisición conjunta, por el que los Estados miembros signatarios pueden efectuar compras colectivas. De ese modo consiguen negociar mejores precios y logran una disponibilidad mayor y en plazos más breves. 

Pero se puede hacer aún más: la Comisión está estudiando nuevas formas de dirigir la atención de los Estados miembros hacia la necesidad real de promover la vacunación y poner fin a la escasez de vacunas. Esta intervención no se puede postergar hasta que resurja una enfermedad latente o se produzca una epidemia. Debemos actuar ya. Es preciso volver a recordar a todo el mundo que el actual nivel de salud de que gozamos lo han hecho posible los programas de vacunación mantenidos a lo largo de los años, que los riesgos de la infección natural superan a los de la vacunación y que no vacunar es siempre la opción más arriesgada.