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Apalancado pero contento. Réplica

Vaya por delante el agradecimiento por la calificación de «información de interés» que José A. Tapia otorga generosamente a mi colaboración «¿Ángeles o apalancadores? Algunos términos de capital-riesgo» (cf. PUNTOYCOMA, nº 61). Ésta es, en el fondo y en la forma, una de las muchas clasificaciones del capital-riesgo que viven el sueño de los justos en el Aleph internetiano y en las bibliotecas, esperando a que los traductores seamos los últimos en enterarnos de su existencia.

A renglón seguido, José A. Tapia critica «el uso y las recomendaciones de los expertos [...] poco de fiar en temas lingüísticos». Después, compone una bibliografía con obras de economía más o menos generales y, entre las de economistas o las de lingüistas, se decanta a favor de los últimos. Los años en el oficio, que empiezan a acumularse peligrosamente, me han enseñado, creo, que escoger entre unos diccionarios u otros en el ámbito técnico es, salvo honrosas excepciones, como elegir entre el tuerto y el ciego (que el Señor me perdone la incorrección política). Por eso me gusta utilizar fuentes «vivas» de terminología, como las obras de especialistas, los folletos publicitarios, las disposiciones jurídicas y las páginas de internet, entre otras.

En el ámbito de la traducción técnica, con más razón si hay vacilación como en el caso de autos, me parece deseable que todo el mundo designe la misma cosa con el mismo nombre. Eso pretendía mi artículo, por lo menos para los documentos de la Comisión. José A. Tapia ofrece una panoplia de traducciones alternativas sin decidirse claramente por ninguna. Sólo se pronuncia en el caso de «capital-riesgo».

Yo le pedí a J. L. Martín Yuste que justificara la utilización del guión en esta palabra por una sencilla razón: en la Ley que regula el capital-riesgo en España así se escribe y así se denomina el concepto (Ley 1/1999, de 5 de enero, reguladora de las Entidades de Capital-Riesgo y de sus sociedades gestoras, BOE 5/1999 de 6.1.1999). Puedo jurar que no se trata de un cupón de la ONCE.

¡Claro, los juristas son la segunda fuente de despropósito lingüístico después de los economistas, por no hablar de los informáticos, etc., etc.! Se me abren las carnes, no obstante, cuando imagino las toneladas de documentos mercantiles y de todo género que pueblan el universo de papel -nuestro hábitat- con la palabra «capital-riesgo» estampada por activa y por pasiva, con guión y sin guión, en sus galaxias de cuartillas.

¿Habremos de decantarnos por la opinión del Banco Mundial? ¿Claudicaremos ante Mochón Morcillo? ¿Deberíamos tal vez imponer «capital expuesto», la propuesta de José A. Tapia? Estoy seguro de que no: esta inteligente y fundamentada sugerencia no aporta más que una pizca de confusión.

Joaquín Calvo Basarán
joaquin.calvo-basaran@ec.europa.eu

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