NEOLÓGICA MENTEEmpoderamientoHace unos diez años surgió con fuerza el debate sobre el uso del término «gobernanza», traducción de governance, en el cual fui invitada a participar. Había habido registros de su uso durante los quince años anteriores. El debate resultó a la postre en la incorporación del término «gobernanza» en el DRAE, no sin sustanciarse discusiones y resistencias importantes1. Aproximadamente un año atrás, hubo en el Foro NeoLógica2, del Centro Virtual Cervantes, un par de intervenciones sobre el término «empoderamiento». Al leerlas, creí que generarían un debate semejante al del término «gobernanza» en su momento. No ocurrió así. Percibí diferencia e indiferencia. Diferencias con el debate sobre «gobernanza» e indiferencia en materia de comentarios o aportes. Quizás ambas radiquen en que detrás del término «gobernanza» había interés político en Europa. Estaba a punto de publicarse el Libro Blanco sobre la gobernanza europea. El término «empoderamiento», en cambio, que bien podría estar ya registrado como neologismo del campo del feminismo y de la ayuda social y económica, con 1 130 000 registros de uso en internet, en general todavía no ha sido recogido por la lexicografía y, cuando se menciona, se desaconseja su uso. Me pregunto si será porque pertenece a un ámbito menos poderoso, donde las presiones son menos fuertes, o donde existe una historia y un estilo diferente de alcanzar resultados. En el mencionado Foro, un connotado traductor sostenía que «empoderar» y «empoderamiento» eran claros barbarismos y que él usa y propone «potencia» (sic) y «potenciación»3, ante lo cual otro destacado colega (a quien admiro y respeto como ávida lectora de sus artículos) sostenía:
Fueron varios los aspectos que me llamaron la atención, en especial: que no se hubiese suscitado un debate profundo y que en la respuesta se usaran los términos «fetiche» y «talismán», que por definición se asocian con pueblos primitivos y con poderes mágicos o sobrenaturales. El término
«empoderamiento» no guarda relación con grupos de poder, sino con grupos
históricamente discriminados y sus relaciones de poder con los primeros. En especial
fue acuñado y tomó impulso con la internacionalización de la lucha de las
mujeres por avanzar socialmente. Cuando se intenta traducir empowerment
por «potenciación» no se llega a trasmitir su significado actual. «Empoderar»
atañe a las relaciones de poder en la sociedad, se trata de dotar de poder a
grupos o personas desposeídas, marginadas, segregadas o discriminadas, pero
también dotarlas de autoestima. Su sentido remite al origen histórico,
relacionado con los movimientos por los derechos civiles, es decir, su
componente político, pero tiene también un componente social y un componente
psicológico que permite a las personas «empoderadas» tomar o retomar el control
sobre su propia vida, generalmente a través de la educación5. Los primeros registros en idioma español del término «empoderamiento» coinciden con el creciente protagonismo de la mujer en las distintas actividades humanas y con los preparativos de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de 19956. Incluso, actualmente, existen herramientas que nos permiten llegar rápidamente al siguiente gráfico sobre su uso en la bibliografía digitalizada:
Como suele ocurrir, en los años noventa mi percepción era que «sonaba feo» y, más allá de su sonido, estaba la habitual resistencia a inventar palabras, a los neologismos, a los barbarismos y a exceder los límites del idioma, a sabiendas de que es un idioma tan rico. Muchas veces podía parafrasear con «facultar», «conferir poder», «imbuir de poderes», «emancipar», «dar autoridad», etc. Sin embargo, las paráfrasis en la traducción de empowerment tenían un límite y la investigación para saber qué quería decir, por qué se usaba, de dónde había surgido, fueron la clave para determinar si ese concepto se podía expresar con algún otro vocablo español. Casi indudablemente «empoderamiento» surgió de la traducción de su equivalente inglés empowerment, una de cuyas definiciones es «otorgamiento de poder, más que la orden de ejercerlo»7. Como se indicara antes, el origen del uso moderno de empowerment se puede rastrear hasta el movimiento de los derechos civiles que buscaba «empoderamiento», idea que fue posteriormente recogida por los movimientos de mujeres, con mayor auge aproximadamente en la época de la Conferencia mencionada. Su uso y aceptación no parecen haber disminuido, ni parece tratarse de esas palabras de moda que acuñan ciertas disciplinas o ciertos grupos. No está reñido con las reglas del idioma español, pues existe el verbo «empoderar» como arcaísmo de «apoderar», y también «apoderamiento», como «acción y efecto de apoderar o apoderarse». También vale la pena recordar que, tal vez por vivir en el Sur y en la etapa previa al auge de las redes sociales, se desarrollaba más conciencia de que el poder, los recursos y el dominio de las comunicaciones radican en el Norte y por ese motivo la mayoría de la información circulaba primero entre los medios más poderosos y en inglés, al igual que ocurre con la creación de conocimientos: gran parte de los nuevos conceptos reciben nombres nuevos en inglés. Hoy en día, la información circula más rápido y hay quienes creen que en forma más democrática, pero para tamizarla sigue siendo necesario tener una actitud crítica, estar atentos y buscar nuevos estilos y formas de expresión de manera razonada y consciente, que respeten nuestro idioma, pero que además tengan en cuenta las relaciones de poder que existen entre países, entre personas, y entre hombres y mujeres. En aquel entonces, en los años noventa, el ácido periodista londinense Jeremy Seabrook analizaba con ironía el léxico de desarrollo que usaban las instituciones dominantes y decía que «para estas “empoderamiento” significa conceder autonomía sin los recursos para que se concrete». Posteriormente, en 2002 en su libro The No-Nonsense Guide to Class, Caste and Hierarchies8 sostenía: «La impotencia de las personas ha desplazado el poder potencial de los grupos organizados, hecho que indudablemente concibió la retórica del “empoderamiento”, la “inclusión” y la “participación”; adornos de una muy sentida impotencia». Sin embargo, las primeras veces que debí recurrir a este neologismo en 1995 fue para aplicarlo a las reivindicaciones de la prominente científica y escritora india Vandana Shiva9, una de las muchas mujeres que asistieron a China en 1995, quien reclamaba «empoderamiento» para las mujeres, como forma de revertir la distribución desigual del poder, y justicia, reivindicando poder para las mujeres no solamente en el aspecto reproductivo o para acceder a la política u ocupar escaños parlamentarios y tener mayor representación en la burocracia y diplomacia internacionales, sino «empoderamiento» para contribuir al logro de la paz, para garantizar acceso a la alimentación, la salud, el bienestar y la educación. A mi juicio, el mundo ha avanzado más en el sentido planteado por Shiva que como lo analizaba Seabrook. No solamente me da la impresión de que se ha progresado en materia de empoderamiento, sino que el término ya se ha instalado en el lenguaje. Hoy, casi veinte años después de sus primeros registros, sería interesante sustituir en los distintos textos «empoderamiento» y «empoderar» por otros términos y analizar si se entiende que el sentido es el mismo. Este ejercicio se puede hacer infinitamente o, por lo menos, un millón de veces en los registros que figuran en internet. Me pregunto cómo podría revertirse esta tendencia de uso de los hablantes del idioma español, donde, por dar un solo ejemplo, el texto del tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas reza: «Promover la igualdad entre los sexos y el empoderamiento de la mujer». Pese a las opiniones de los detractores de este neologismo, sería bueno preguntarse si todos esos usos son errados, sustituibles y reversibles. Tantas veces he leído que el sexismo no está en el lenguaje sino en las personas que, para concluir, me gustaría proponer que nos preguntáramos si la resistencia a incorporar el término «empoderamiento» proviene de su validez lingüística o de las personas. ¿No será que la resistencia está vinculada a las relaciones de poder, al interés o a la energía que se pone en aceptar algunos términos y no otros, por más que la mayoría de la comunidad lingüística hispanohablante ya los haya adoptado y acuñado? Beatriz Sosa Martínez
|