COLABORACIONESPobreza y trabajo: las making work pay policiesHablábamos hace un par de números del obsceno ménage à trois que componen trabajo, pobreza y Estado del bienestar. Pues bien, hoy nos ocupamos de uno de sus efectos más perversos: la comprensible renuencia de algunos desempleados a emplearse, visto que la diferencia entre los ingresos obtenidos con el sudor de su frente y los retirados en la ventanilla como subsidio o prestación por desempleo es tan nimia que no justifica el esfuerzo. Para poner coto a esta situación aparecen las que en algunos lugares empiezan a bautizarse como making work pay policies, o políticas destinadas a acentuar esta diferencia recurriendo al método más directo: subir los sueldos y/o recortar los subsidios1. Desde un punto de vista meramente lingüístico, estas making work pay policies tienen el encanto anglosajón de lo sucinto, además de venir de fábrica con abreviatura (MWP) y juego de palabras incorporado (pay significa aquí «compensar», pero obsérvese con qué imagen más gráfica y ad hoc). No parece empresa fácil idear en castellano una expresión breve y salerosa que nos restituya estas «políticas para conseguir que trabajar valga la pena». Yo diría que del juego de palabras, la gracia y el donaire podemos olvidarnos directamente (pero se admiten propuestas). ¿Qué tal «políticas de (re)valorización del trabajo»? Reconozcámosle al menos el mérito de la brevedad, ya que no otros... Y si de lo que se trata es de que trabajar salga a cuenta, cabría tal vez hablar de «políticas de rentabilización del trabajo» si no fuera por la ambigüedad que esta expresión conlleva: ¿para quién pretende hacerse más rentable el trabajo, para el empleado o para su empleador? No queda claro. Otra posibilidad sería insistir sobre el efecto último que buscan estas políticas, y no tanto sobre el beneficio (o maleficio, según se mire) para sus destinatarios: algo así como «políticas de fomento de la reincorporación al mercado laboral». En este sentido, una primera posibilidad se impone: «políticas de incentivación del trabajo». Lástima que tenga una pega, y es que otra vez se presta a una interpretación errónea, la que las asociaría con «medidas para fomentar la creación o la calidad del empleo». Y no es este el caso, pues nuestro incentivado es el trabajador, y no el trabajo... Si la idea es atraer a la víctima al mercado laboral, ¿por qué no «políticas de invitación al trabajo»? Y, en la misma estela, una ligera mudanza en la segunda sílaba nos abre una nueva puerta: «políticas de incitación al trabajo», que con otro trueque consonántico nos lleva a «políticas de instigación al trabajo». Parece sensato descartar la primera por sarcástica y la tercera por sediciosa (aunque certera en caso de recorte de los subsidios, pues quién va de guatemala a guatepeor como no sea instigado): en el término medio se nos queda «políticas de incitación al trabajo2». ¿Qué les parece? Confieso que a mí mucho no me convence, pero pese a todo «políticas de valorización (o revalorización) del trabajo» y «políticas de incitación al trabajo» me parecen las dos posibilidades más cabales de las hasta aquí expuestas. Pues en ello estamos. El que tenga una idea mejor, que levante la mano. Carmen Torregrosa
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