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COLABORACIONES


La traducción automática o el elefante ya está en la cacharrería

El 4 de marzo de 1947, el señor Weaver, de la Fundación Rockefeller, escribía a un experto en aquellas primeras computadoras de entonces, grandes como camiones: «I have wondered if it were unthinkable to design a computer which would translate. Even if it produces an inelegant (but intelligible) result, it would seem to me worth while». Los historiadores de la traducción automática (sí, ya existen) consideran esta fecha como la del alumbramiento oficial de la idea de utilizar los ordenadores para traducir idiomas.

Medio siglo más tarde, la traducción automática (TA) sólo es una realidad a medias. Cierto es que hay decenas de programas de traducción de todo tipo para un número creciente de lenguas y que un puñado de empresas viven de esto, pero la idea no acaba de imponerse porque, básicamente, el problema del lenguaje es complejísimo y, por añadidura, la realidad que quiere aprehenderse cambia continuamente. Además, las casas de informática de todos conocidas no parecen interesadas en una aventura a tan largo plazo, gran consumidora de cuartos y de paciencia. ¿Y por qué deberían estarlo si con el truco de encandilarnos con sucesivas versiones de sus programas, siempre intrínsecamente obsoletas, les va muy bien? Para acabar de arreglarlo, probablemente en pocos campos como en este el abismo entre las expectativas publicitadas (la desaparición del traductor bípedo) y la obstinada realidad habrán producido efectos tan nefastos en forma de descreimiento.

La Comisión adquirió en 1976 los derechos de explotación del sistema de TA Systran para el par de lenguas EN-FR. Con él se tradujeron en 1977 varias docenas de folios; en 1997 disponíamos ya de 16 pares y se superaron muy holgadamente las 200.000 páginas; las 300.000 en un año son inminentes; aproximadamente dos tercios de las traducciones pedidas a Systran proceden de fuera del Servicio de Traducción (SdT). Esto quiere decir que la TA está cubriendo, en una institución multilingüe como la Comisión, que vive del papel y para el papel, una necesidad objetiva de comunicación a la que nuestro Servicio no acaba de responder, sobre todo en términos de velocidad. A diario comprobamos que en estos dos tercios alternan los borradores de cartas y notas con órdenes del día, actas, exposiciones de motivos e informes; y se ve que van en serio, es decir, que acabarán como documentos oficiales. La proliferación de ordenadores personales y la sencillez de acceso a Systran (a través del correo electrónico y de la intranet) han facilitado en sumo grado la obtención de lo que siempre se ha conocido por aquí, peyorativamente, como «traducciones grises», o sea, las hechas fuera del circuito oficial. Por otro lado, la TA cumple una función básica de apoyo: no todo el mundo tiene encima de su mesa, como nosotros, una barricada de glosarios en varios idiomas; no es de extrañar, por lo tanto, que los funcionarios lo utilicen como simple diccionario electrónico (ejemplo real: una traducción EN-ES de los nombres de los países de la UE).

En uno de los pocos movimientos audaces y sabios de los últimos años, alguien, durante el reinado de nuestro penúltimo Director General, el señor Brackeniers, tuvo la idea de crear un servicio de post-édition rapide (PER), en la actualidad dependiente de la Unidad de traducción externa del SdT, que ofrece una traducción Systran más o menos retocada (en función de los pares de lenguas, cuya calidad bruta varía considerablemente) para hacerla inteligible. Es decir, brinda la posibilidad de que los solicitantes cambien calidad por velocidad: las hilarantes dos o tres semanas de plazo mínimo para una traducción «oficial» quedan así reducidas a unos 3 días. Este trueque funciona: de las 3.000 páginas de 1994 se pasó a 9.000 en 1997 y las proyecciones para este año apuntan a unas 13.000. Y todo ello con muy poca publicidad ya que, de hecho, muchos negociados desconocen la existencia de tal procedimiento y la mayor parte de los traductores también lo ignoran (cierto es que este trabajo se envía al exterior, salvo el ES, y que son los traductores autónomos contratados por la Unidad de traducción externa los que lo ejecutan).

Por lo que respecta a los traductores españoles de la Comisión, su relación con Systran parece aceptablemente distendida y sana. Bastantes lo usan cotidianamente sin que ello les obligue a consultarlo con su psicoanalista argentino ni a excusarse en la cafetería. Es más, incluso los hay que utilizan el par EN-ES, lo cual ya hay que calificar como heroísmo, vista la calidad bruta actual. Cuatro de las seis unidades españolas se sirven de Systran de forma más o menos organizada y en las otras hay traductores que lo hacen a título particular. Por lo tanto, el camino a seguir parece claro: mejorar a toda costa el par EN-ES hasta que sea realmente útil y seguir afinando el FR-ES. Otras posibilidades atractivas, como un par DE-ES, o los PT-ES y ES-PT (para repartirse de forma inteligente el trabajo con los colegas portugueses) resultan mucho más irrealistas en la presente situación. En otro orden de cosas, seguimos buscando colaboración por todas partes para mejorar el sistema y nos gustaría implicar en el asunto a la Administración española.

La situación de Systran en el resto del SdT es muy dispar. En principio debería existir una relación directamente proporcional entre calidad bruta y grado de utilización, pero esto no es exactamente así, ya que los dos pares más conseguidos (FR-EN y EN-FR) no son usados, de forma pública, notoria y orgánica, por los traductores franceses e ingleses. Lo cual no excluye algún pinito aislado, pero con el temor por parte del interfecto de que los demás se enteren y le cuelguen el sambenito de mal profesional, infiltrado de Belcebú.

En 1996 se hizo un estudio sobre la TA entre traductores de todas las lenguas. Los resultados finales indicaron que para un 82% de los encuestados Systran tiene algún tipo de utilidad y que el tiempo que permite ahorrar al traductor con respecto a la realización de una traducción por el método clásico es del 30 al 40%. Esto no hace más que corroborar «científicamente» lo que muchos ratificamos cada día en nuestro trabajo.

Pues bien, con todos estos elementos en la mano se plantean cuestiones muy interesantes. Si por un lado los peticionarios desean mayor rapidez y parecen incluso dispuestos a sacrificar parte de la calidad y si, por otro, los propios traductores reconocen que Systran ayuda a trabajar más rápido, ¿por qué no se potencia realmente su uso? Las reticencias, cuando no la cerrazón, para probar el cacharro y sacarle partido entran ya, probablemente, más en el ámbito de la antropología y la psiquiatría que en el de la lingüística aplicada. Verbigracia: vista desde una mentalidad española, la dictée de los franceses (con campeonatos televisados y todo) se nos antoja un ejercicio circense, impropio de una lengua seria, y claro síntoma [aquí tomamos prestado el diagnóstico del porteño] «de una problemática conflictual de amor-odio con su propio idioma». Los traductores españoles, por razones demográficas (media de edad inferior) y culturales (el idioma es para comunicar y no para lucimiento de saltimbanquis de la sintaxis) y por ser de donde son, entiéndase por ello: profunda comunión con la tecnología punta (Barajas), organización y precisión (el espía que se olvidó la nómina), ingenio (la fregona nació en Zaragoza) y una pizca de chulería (periodistas refiriéndose, antes de Francia, a la selección española de fútbol) parecen el grupo ideal para sacar el óptimo partido de un invento intrínsecamente cojitranco como la TA.

Como se sabe, la fuerza motriz de la burocracia es la inercia. Para que cambiasen algo las cosas en el SdT tendríamos, en primer lugar, que reconocer colectivamente que el servicio que prestamos es deficiente en velocidad (las traducciones «grises» y la PER no surgen por capricho) y en calidad (el SdTvista, nuestro gran almacén de documentos, es un chivato despiadado). Pero esta condición preliminar parece aún lejos de poder cumplirse. A la jerarquía incumbe adoptar medidas de choque y prácticas (retirar los dictáfonos, liberar a las mecanógrafas de su alienante trabajo, eliminar progresivamente la traducción externa, reducir el número de mandos intermedios, definir un organigrama racional y adaptar las personas al mismo y no lo contrario, romper la aberrante dicotomía entre puestos «horizontales» y «verticales», velar por un uso racional del ordenador y por una mínima perennidad de las aplicaciones informáticas, propiciar un contacto fluido entre traductores de la misma lengua, perfeccionar los métodos de selección de nuevos traductores, retomar el control efectivo de nuestro sistema de TA y adaptarlo a las nuevas posibilidades que ofrece la tecnología, ordenar el microcosmos de Systran, etc.).

Por su tamaño y por las numerosas lenguas que se ve obligada a manejar, la Comisión es un conejazo de indias al que el mundillo de la TA observa con atención. Por su función política y su capacidad de infiltración a través de los dineros que reparte, tiene en sus manos la posibilidad de hacer grandes cosas. Si consigue que la idea de la TA funcione efectivamente entre sus propios empleados, habrá desempeñado un papel de primer orden en esta cacharrería de la traducción en la que elefante de la TA podría llegar a montar, algún día, un sonado estropicio.

Carlos Paz
carlos.paz-carneiro@ec.europa.eu

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