En septiembre de 1995, puntoycoma publicó un valioso artículo sobre el uso correcto de los adjetivos finlandés y finés en castellano. Este detalle, que parece revestir poca importancia, tiene cierta relevancia para los finlandeses y refleja la peculiar situación lingüística de nuestro país. Creo que es análogo en sus connotaciones a lo que puede evocar en la mente de un hispanohablante una gama de adjetivos como "ibérico", "hispano", "hispánico", "español", "castellano", etc.
Según la Constitución vigente, Finlandia es un Estado con dos idiomas oficiales, el finés y el sueco; además, el lapón (sámi) es lengua oficial en algunos municipios del extremo Norte de Finlandia. A efectos educativos y culturales, actualmente también se consideran lenguas nacionales la variante finlandesa del romaní (lengua de los gitanos) y el lenguaje de signos finlandés (utilizado en la comunicación con y entre sordomudos). El estatuto lingüístico de cada municipio se establece tomando como base el censo efectuado cada diez años. En la Finlandia peninsular existen tres tipos de municipios: monolingües fineses, bilingües con predominio del finés, y bilingües con predominio del sueco. La región isleña de Alandia (Åland en sueco, Ahvenanmaa en finés), perteneciente a Finlandia, goza de un estatuto de autonomía según el cual la única lengua de la región es el sueco.
Los finlandeses de habla sueca constituyen hoy menos del 6 % de la población de nuestro país y están concentrados en las franjas del litoral Sur y Oeste del país. Los suecohablantes de las ciudades corresponden en su mayoría a las capas altas o medias-altas de la sociedad, pero en las regiones rurales del litoral y en las islas viven campesinos y gentes del mar (pescadores, marineros, pilotos, etc.) de habla sueca.
Los hablantes de finés y los suecohablantes de hoy no constituyen dos etnias diferentes, sino una sola con dos idiomas. Todos los suecohablantes no son necesariamente originarios de Suecia (por ejemplo, los descendientes de funcionarios civiles o militares de la Corona), sino que un gran número de ellos desciende de pobladores primitivos del país que, en algún período de la historia, por ejemplo como resultado del ascenso social, abandonaron la lengua finesa y adoptaron el sueco. Por otro lado, las primeras generaciones de inmigrantes germánicos y bálticos de extracción más humilde cambiaron su lengua por el finés. Una parte importante de la clase culta finesa pertenece a familias originalmente suecohablantes, que habían cambiado de idioma (y de apellido) durante el gran movimiento nacionalista de inicios de este siglo. Según investigaciones recientes, aproximadamente tres cuartas partes de la herencia genética de los finlandeses sin contar a las minorías étnicas más recientes es de origen occidental y una cuarta parte, de origen oriental.
A comienzos de la era histórica, lo que más tarde sería Finlandia no constituía todavía una unidad. Las tribus principales, los finlandeses genuinos (que habitaban el Sudoeste de la península), los tavastios o gentes de Häme y los carelianos mantenían unas relaciones conflictivas que a menudo desembocaban en escaramuzas. En el siglo XII llegaron al Oeste de Finlandia expediciones procedentes de Dinamarca y Suecia. Hacia 1155, el rey Eric el Santo y el obispo de Uppsala, San Enrique (santo patrón de Finlandia para los católicos), extendieron el área de influencia sueca a las tierras bárbaras que hoy se conocen como Finlandia.
La tierra de los finlandeses había sido objeto de continuas guerras entre Suecia y Novgorod (futura Rusia), hasta que en el año 1323 se fija por primera vez la frontera sueco-rusa. Esta frontera se convirtió en un límite no solamente político sino también religioso y cultural. Los pueblos que quedaron al Oeste del mismo llegaron a unirse política y culturalmente con el reino de Suecia y con la Iglesia católica romana (si bien, más tarde, se convirtieron mayoritariamente al luteranismo), mientras que los carelianos, que quedaron al Este del límite, se unieron cada vez más estrechamente con Novgorod y la Iglesia ortodoxa.
En la década de 1350, fueron promulgadas una Ley agraria y una Ley municipal, comunes para toda Suecia. De esta forma quedaron implantados en Finlandia la ley sueca y el sistema social escandinavo que habrían de convertirse en características nacionales permanentes. Esto, junto con la representación de los cuatro estamentos que se había desarrollado desde comienzos del siglo XV, proporcionó a Finlandia plenos derechos dentro del reino de Suecia.
La fundación de una universidad en Turku (1640) y la traducción de la Biblia al finés (1642) marcaron el desarrollo de Finlandia en el siglo XVII. Las corrientes migratorias internas entre las distintas partes del reino contribuían a crear una importante minoría finesa en Suecia. Por otra parte, la creciente centralización administrativa de la Corona, que enviaba cada vez más funcionarios de la metrópoli a la provincia oriental, contribuyó a reforzar la posición de la lengua sueca en Finlandia. Es cierto que la lengua finesa fue reconocida en la Dieta y apareció en los billetes de banco, pero la creciente importancia del Oeste marginó a Finlandia y, por consiguiente, al idioma finés.
Como resultado de la guerra sueco-rusa de 18081809, Finlandia fue incorporada a Rusia como "Estado tapón" y se convirtió en Gran Ducado, con una amplia autonomía y dotado de su propia Dieta. Finlandia no solo conservó su religión luterana, el sueco como lengua administrativa y el Derecho civil y penal suecos, sino también su Constitución gustaviana.
Durante los primeros años de la Autonomía era lógico que Rusia apoyara los esfuerzos por crear una cultura autóctona finesa, puesto que ello servía para aislar a los finlandeses de Suecia. El gobierno de Nicolás I, aunque considerado reaccionario, no tenía por qué impedir, por ejemplo, la fundación en 1831 de la Sociedad de Literatura Finesa. A partir de los años 1840, los funcionarios debieron acreditar sus conocimientos de finés, y en 1863, el zar Alejandro II proclamó el finés como lengua oficial en la administración y en las prácticas judiciales. El escritor y diplomático granadino Ángel Ganivet, testigo ocular de la situación lingüística de Finlandia hace exactamente cien años, la describe así:
«pasado el primer momento de confusión se distingue con claridad [...] que aquí lo esencial es lo finlandés de raza, la gente del interior, "från landet". Para hacer visible la idea, y salvando la diferencia de tiempo y cultura, diré que los suecos y finlandeses están en la misma relación que estaban en España los colonizadores fenicios y griegos, dueños del litoral, y los iberos, celtas y celtíberos del interior. Entonces también la vida exterior de España parecía ser fenicia o griega para los que desde fuera la miraban, y, sin embargo, fenicios y griegos pasaron, y quedó la raza indígena. [...] Los habitantes del país que no son extranjeros, se creen todos finlandeses: tanto los que hablan sólo sueco, como los que hablan sólo finlandés, como los que hablan los dos idiomas; realmente el idioma no es bastante para destruir las cualidades de la raza. [...] No hay sólo dos lenguas; hay dos vidas diferentes: la una, la de los finlandeses "asuecados", si me es lícito inventar tan fea palabra; y la otra, la de los finlandeses tradicionales. Los primeros ocupan un lugar preeminente en la sociedad; los segundos ya dije que vivían en las buhardillas, puesto que o están en el interior del país o forman "las clases bajas" en las ciudades, bien que en estos últimos tiempos se note una tendencia social muy marcada a levantar el espíritu finlandés y a hablar en el idioma patrio.»1
Aunque la terminología utilizada por Ganivet (finlandés en vez de finés) no es la recomendable hoy, el escritor nos proporciona una visión muy acertada sobre las condiciones sociolingüísticas de aquel entonces. El desarrollo de la lengua finesa coincidió con el desarrollo de la cultura literaria en el mismo idioma, aunque, en los primeros tiempos, una gran parte de la cultura finesa fue creada por personas que habían sido educadas en sueco. Muchos intelectuales abandonaron voluntariamente el sueco por el finés y cambiaron su apellido sueco por un apellido finés. Hay que constatar, sin embargo, que en la vida política hubo una larga lucha por la posición de las dos lenguas nacionales, hasta que en 1918, año de la declaración de independencia de Finlandia (después de una sangrienta guerra civil), el finés consolidó definitivamente su posición como lengua dominante. Las guerras posteriores, donde finlandeses de los dos grupos lingüísticos combatieron codo con codo contra el ejército soviético, contribuyeron a reforzar la relativa "paz lingüística" de la que goza nuestro país hoy en día.
En los últimos tiempos, sin embargo, ha habido protestas cada vez más fuertes por parte de las generaciones más jóvenes contra la enseñanza obligatoria del sueco en todas las escuelas del país, aunque en la mayoría de las regiones el único vehículo de comunicación es el finés, y el idioma extranjero más difundido es el inglés.
Espero que estas líneas hayan servido para ilustrar a mis colegas hispanohablantes la sensibilidad que despiertan para nosotros los finlandeses los dos adjetivos mencionados, independientemente de que hablemos finés o sueco.
Jyrki Lappi-Seppälä
Coordinador Lingüístico de
Lengua Finesa
jyrki.lappi-seppala@ec.europa.eu
1 Ángel Ganivet, Cartas finlandesas, 1898