Cómo clasificar las clasificaciones
III. Límites actuales del enfoque
cladístico
En el número
120 de puntoycoma estudiábamos las aportaciones de la
cladística a la sistemática y, en el
número 121, su aplicación a la clasificación de las lenguas. Ahí
terminamos sugiriendo que este método podría permitirnos llegar a
situar la raíz de cada uno de ambos «árboles».
¿Es posible
conocer el primer origen?
Por lo menos es
posible acercarse. Ya sabemos que los astrofísicos van avanzando,
sobre todo mediante sus investigaciones relativas a la gravedad
cuántica, en su búsqueda de un primer origen inmensamente más lejano
(el del Universo), aunque cierto es que no sin dificultades y en
medio de fuertes polémicas (basta con recordar las muy acertadas
críticas formuladas por Lee Smolin a cada «teoría de las cuerdas» de
turno). Entonces, ¿por qué no podríamos nosotros intentar
aproximarnos también a orígenes mucho más recientes, como el de la
vida o el del lenguaje?
Cabe distinguir
dos métodos clásicos para esas búsquedas, uno ascendente (bottom-up
approach: de lo simple a lo complejo) y otro descendente
(top-down approach: de lo complejo a lo simple). Para el
origen de la vida, el ascendente es el que surge de las hipótesis de
Aleksandr Oparin en los años veinte del siglo pasado sobre la
coacervación y de las experiencias subsiguientes de Stanley Miller
en los cincuenta y de Joan Oró en los sesenta, que consiguieron
obtener aminoácidos y bases nitrogenadas a partir de compuestos
inorgánicos (la denominada «síntesis prebiótica»). En cambio, el
descendente es el que arranca de los grandes grupos de organismos
vivos actuales, estudia lo que todos comparten, como los ácidos
nucleicos y las proteínas, y procede a efectuar las comparaciones
pertinentes para averiguar cuáles podrían ser los genes primigenios
(desde luego, todos compartimos también glúcidos y lípidos, pero
esas moléculas no nos sirven para nada en este estudio, ya que
prácticamente son las mismas en todos los organismos: tan solo
nuestras proteínas nos hacen diferentes).
Con las lenguas
ocurre algo muy similar. Hay el enfoque ascendente, que baraja
varias hipótesis del origen del lenguaje: la del uau-guau o de las
onomatopeyas (bow-wow theory), la del ay-ayay o de las
interjecciones (pooh-pooh theory), la del ning-nang o del eco
(ding-dong theory), la del aah-upa o de la cooperación (yo-he-ho
theory) y la del lalalá o del canto (tarara theory). Y
está también el enfoque descendente, que parte de las
características de los grandes grupos de lenguas actuales e intenta
reconstruir las formas originarias, basándose sobre todo en el
método de Joseph Greenberg de la comparación multilateral (mass
comparison), ya mencionado en el artículo precedente de esta
serie.
El mejor
método no es el que lo parece
Los enfoques
ascendentes presentan graves lagunas debidas a nuestra actual
ignorancia del medio ambiente en el que tuvo que producirse ese
primer origen, y esto vale tanto para los seres vivos, pues
desconocemos la composición precisa de la atmósfera primitiva del
planeta, como para las lenguas, ya que tampoco sabemos gran cosa
acerca del entorno en el que tuvo lugar la evolución concreta de
esas poblaciones africanas ancestrales del paleolítico medio.
Además, su
utilidad para nuestras investigaciones podría acabar siendo muy
limitada. Aun si en un buen laboratorio llegásemos a sintetizar
aminoácidos, proteínas, enzimas e incluso algún tipo de nucleótido a
partir de compuestos inorgánicos sencillos, ningún resultado podría
garantizarnos de forma absolutamente cierta que las moléculas que
obtuviéramos fuesen las mismas que dieron origen al primer organismo
vivo hace miles de millones de años. Y eso sin mencionar que, como
hemos apuntado, del mismo modo que ya sabemos que el oxígeno
atmosférico no existía antes de que aparecieran las primeras
bacterias que se nutrían mediante la fotosíntesis oxigénica, sería
difícil demostrar categóricamente que otros gases muy presentes hoy
en la atmósfera de nuestro planeta, como el nitrógeno, no sean
también un producto secundario fabricado por otro tipo de organismos
primitivos.
Lo mismo cabe
decir sobre los idiomas: alguna de las hipótesis que hemos citado
pudo originar realmente el lenguaje; yo me inclinaría por la del
aah-upa, que creo que es la más plausible, al sugerir que nació
por la necesidad de los seres humanos de actuar conjuntamente (las
otras me parecen más propias del amaestramiento de los loros),
aunque en su tiempo Darwin y sobre todo Jespersen parecían ser más
partidarios de la del lalalá. Sea lo que fuere, a mí me
parece prácticamente imposible franquear el abismo teórico que
separa ese origen puramente fonético de la creación de la gramática.
Del primer
origen al último ancestro
En el estadio
actual de nuestros conocimientos, los enfoques descendentes son
mucho más fiables: su gran inconveniente es que no pueden decirnos
absolutamente nada del primer ser vivo (ni de la primera lengua),
sino solo del último ancestro común de los seres vivos (o de
los idiomas) actuales.
Para aquellos
hay que referirse a Luca (neologismo creado a partir de la
sigla de Last universal common ancestor), que no es el primer
organismo vivo, ni mucho menos (algunos investigadores ya han
sugerido la posibilidad de un mundo anterior basado en el ácido
ribonucleico), pero sí el antepasado directo del millón setecientas
cincuenta mil especies vivientes descritas hasta ahora (entre las
que de momento, cabe recordarlo, no se incluye a los viriones). Para
las lenguas hablamos de la protolengua (también denominada
«lengua madre» o Ursprache), que tampoco es la primera lengua
del ser humano, pero sí la que estaría en el origen de las casi
cinco mil que subsisten en la actualidad.
Ambos
coexistieron, en sus épocas respectivas, con otros organismos e
idiomas, pero ninguno de estos últimos llegó a tener descendencia
hasta nuestros días. Para Luca estamos situados en el centro de lo
que significa la evolución; para la protolengua habría que hablar de
una selección natural «de segundo grado», pues esta difícilmente
podría aplicarse a los idiomas como tales, pero sí a las
poblaciones que los hablan, y fue el propio Darwin el primero en
advertir ese paralelismo:
If we possessed a perfect pedigree of
mankind, a genealogical arrangement of the races of man
would afford the best classification of the various
languages now spoken through-out the world; and if all
extinct languages, and all intermediate and slowly changing
dialects, had to be included, such an arrangement would, I
think, be the only possible one. […] The various degrees of
difference in the languages from the same stock, would have
to be expressed by groups subordinate to groups; but the
proper or even only possible arrangement would still be
genealogical; and this would be strictly natural, as it
would connect together all languages, extinct and modern, by
the closest affinities, and would give the filiation and
origin of each tongue (On the Origin of Species by means
of Natural Selection, 1859, capítulo 14).
Tanto Luca como
la protolengua estaban ya relativamente lejos del primer origen,
pues las características que van a presentarnos son el fruto de una
larga evolución innegable: Luca tenía que disponer ya de ribosomas
complejos y utilizaba nuestro propio código genético, y la
protolengua debía poseer una sintaxis homologable con la de las
lenguas modernas. Pero pasemos ya a centrarnos en el núcleo
fundamental de nuestra investigación: ¿podrá algún tipo de
clasificación ayudarnos a intentar colocar en su lugar tanto al uno
como a la otra?
Hasta
no hace mucho, las únicas clasificaciones comúnmente aceptadas de
los seres vivos tenían un aspecto similar al cuadro de la figura 1.
Es evidente que una clasificación así no nos sirve de nada para
averiguar dónde podría hallarse Luca, porque no representa ningún
tipo de genealogía (recordemos aquí lo que comentamos sobre la
clasificación filogenética de las lenguas en el apartado sobre el
austronésico en
puntoycoma n.o 121,
p. 7).
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Sabiendo que en la Tierra primitiva solo se han
hallado formas de vida poco complejas, podríamos afirmar que los
seres unicelulares precedieron a los pluricelulares, y suponer que
las células procariotas eran anteriores a las eucariotas. Pero poco
más, y nada en este gráfico puede ofrecernos ningún indicio claro
acerca de la evolución ni de sus caminos, sin contar con que
conserva cierto aroma de «escala natural» (véase el apartado sobre
la ordenación en
puntoycoma n.o 120,
p. 3), aunque invertida: aquí son los grupos que figuran en la parte
de abajo los que dan la impresión de ser posteriores
(¿«superiores»?) a los de la parte de arriba.
Ventajas de
la clasificación filogenética sobre la morfológica
En el momento
actual, ninguna persona responsable puede hablar seriamente de una
«clasificación definitiva», porque vamos a situarnos siempre en el
ámbito científico, donde todos los datos deben ser el fruto de la
investigación empírica y, por tanto, estar sujetos a las
modificaciones que impongan los próximos avances que vayan
sucediéndose en este terreno.
Ahora bien, sí
podemos presentar una estimación basada en los estudios más
recientes de los que disponemos en el campo de la genética y de la
biología en general (véase la figura 2 y su desglose parcial en la
figura 3). Esta vez no voy a presentar un filograma, como hice en mi
artículo anterior para los cordados, porque todavía subsisten muchos
puntos oscuros relativos al momento exacto de la aparición de las
arqueas y de los eucariontes unicelulares o pluricelulares (para
facilitar la comparación he dispuesto los grupos de forma similar a
la de las antiguas ordenaciones, pero está claro que, en una
clasificación cladística, todas las dicotomías de cualquier
figura pueden intercambiarse entre sí cual gigantescos móviles como
los de Calder).
Esta es una
clasificación que podría variar (y podemos apostar a que es muy
posible que lo haga, porque la investigación avanza con gran
celeridad en el ámbito de la biología molecular), pero que indica a
grandes rasgos la vía que ha recorrido la evolución y nos esboza un
Luca procariota, obviamente autótrofo, seguramente gramnegativo y
posiblemente mesófilo. Cabe la posibilidad de que pueda haber alguna
inversión entre ciertas divisiones sucesivas de cladones, pero estoy
razonablemente convencido de que la estructura general de la
clasificación es correcta.
En
2004, Richard Dawkins publicó un libro de divulgación muy pedagógico
y manejable (The Ancestor’s Tale) cuya tesis, aun sin
profundizar en el parentesco entre los grupos de procariotas, se
ajustaría bastante a los cuadros que acabo de presentar aquí (de
hecho, en lo que a la clasificación de las bacterias se refiere, he
seguido sobre todo las propuestas de Thomas Cavalier-Smith, a las
que ya aludí en el primer capítulo de esta serie). Por su parte,
Guillaume Lecointre y Hervé Le Guyader van publicando regularmente
sucesivas ediciones revisadas de su Classification phylogénétique
du vivant (la más reciente data de 2006), que tampoco presenta
ninguna contradicción fundamental con estas figuras, haciendo
abstracción de las siempre difíciles relaciones entre ciertas
familias de posibacterias (cabe señalar que de esta última obra
proceden casi todos los datos sobre el número de especies de los
cladones citados en el glosario que figura al final del presente
artículo).
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Así pues, diría
que una alteración relativamente significativa de esta propuesta
solo podría producirse como consecuencia del descubrimiento de
nuevos tipos de microorganismos, lo que tampoco hay que descartar
del todo, pues, tal como afirmaba al principio de mi colaboración
precedente, los seres vivos descritos hasta ahora probablemente no
representan más que una pequeña fracción de la vida. Y esto es tan
válido para las especies vivientes como para las extintas: en el año
2008 hubo interesantes avances en ese campo gracias a las
exploraciones efectuadas en un yacimiento paleoproterozoico del
África tropical.
Quisiera
destacar una ventaja adicional que se deriva de este enfoque: acaba
de una vez por todas con las viejas discusiones bizantinas sobre si
los seres vivos deben organizarse en dos «superreinos» (eucariotas y
procariotas), en tres «imperios» (arqueas, bacterias y eucariontes)
o en vaya usted a saber qué, pues queda claro que hay células
procariotas más cercanas filogenéticamente a las eucariotas que a
otras procariotas, y seguramente hay arqueas más cercanas a los
eucariontes que a otras arqueas, y así es la vida.
* *
*
Pasemos ahora a
emprender la última investigación que nos hemos propuesto: la del
origen y evolución de las lenguas. Aquí no hay una unanimidad
universalmente reconocida, pero ello no significa que sea imposible
proceder a una clasificación de tipo cladístico: si recurrimos a
datos validados procedentes de varias disciplinas, que incluyan la
genética, la antropología, la historia y la arqueología al lado de
la lingüística comparada, pienso que podremos llegar a diseñar una
propuesta razonable.
Origen
africano único
Partiremos de
la teoría que ha llegado a ser al fin la más comúnmente aceptada,
según la cual todos descendemos de una población de Homo sapiens
que se constituyó en África hace unos 120 000 años como máximo (y
esto no significa en absoluto que no hubiera H. sapiens
anteriores, sino solo que fue en esa época, si no más tarde, cuando
debió de vivir el último ancestro común de todos los humanos
vivos); creo que podemos descartar plenamente las hipótesis que
pretenden que algunos Homo erectus residuales de Eurasia
pudieran haberse mezclado con los recién llegados de África, pues me
parece evidente que los rasgos físicos que puedan presentar cierta
semejanza deben atribuirse exclusivamente a los típicos fenómenos
bien conocidos de adaptación y convergencia. Además, y sobre todo,
si el último ancestro común de todos los humanos actuales no hubiera
vivido hace 120 000 años, sino 1 200 000, ahora no solo tendríamos
que hablar de razas, sino incluso de subespecies. Es
tan innegable el estrecho parentesco de las poblaciones vivientes
entre sí que me parece evidente que quita toda validez a las
hipótesis poligenistas o multirregionales.
Nuestra
especie salió por primera vez de África hace poco más de 100 000
años por el único camino terrestre posible (el istmo situado donde
ahora se halla el canal de Suez), pero sin consecuencias, pues esos
Homo sapiens que se habían establecido en Palestina acabaron
por desaparecer (y en los territorios que ocupaban se han encontrado
asentamientos posteriores de poblaciones de neandertales). Es muy
posible, pues, que hace 80 000 años todos los H. sapiens
siguieran viviendo exclusivamente en el continente africano. Y la
lengua que hablaban podría bien ser la protolengua de todos
los idiomas actuales. Aunque lo más probable es que en esa época la
protolengua ya se hubiera dividido en varios idiomas distintos. Tal
vez una reflexión tipológica pueda ayudarnos a avanzar.
¿Chasquidos
en la protolengua?
Recordemos que
los chasquidos (o clicks) son sonidos producidos por los
labios o por la lengua en contacto con los dientes o el paladar: en
función de esto se clasifican en alveolares (!), dentales (|),
labiales (), laterales (||) o palatales (≠), y los idiomas con chasquidos combinan
estos sonidos con los fonemas habituales para nosotros, como las
vocales y consonantes (lo que, dicho sea de paso, causa ciertos
problemas a la hora de elaborar un listado de endoglotónimos por
orden alfabético). Si para responder a la cuestión de si la
protolengua tenía chasquidos recurriéramos al viejo método de las
mayorías absolutas (ya vimos al final de nuestro artículo precedente
que se trataba de un planteamiento nada científico al comentar su
aplicación en el caso de los mamíferos ovíparos o del protobantú),
deberíamos concluir que la protolengua no los tenía, puesto que el
99,35 % de los idiomas actuales tampoco los tienen. Pero el enfoque
correcto debe ser otro.
Esta cuestión
me recuerda mucho la célebre controversia entre Carl Woese, que
defiende un Luca hipertermófilo, y Patrick Forterre, que lo
considera mesófilo (es decir, el debate sobre si el último ancestro
común de todos los seres vivos nació o no en el infierno, en
chimeneas submarinas a temperaturas cercanas, o incluso superiores,
a los 100 °C). Yo me inclino por la posición de Forterre, cuya
investigación sobre las membranas de las bacterias termófilas
muestra que las de las acuificales difieren mucho de las de las
termotogales, lo que revela un origen distinto del carácter
hipertermófilo.
Trasladando en
lo posible ese método al ámbito lingüístico, vemos que, al contrario
del caso de las bacterias hipertermófilas, las lenguas actuales que
han conservado esos chasquidos sí están estrechamente emparentadas
(constituyen el grupo koisano) y, además, las poblaciones que las
hablan también han mantenido el mismo modo de vida paleolítico,
dedicadas sobre todo a la recolección y a la caza. Eso me lleva a la
reflexión de que pueden considerarse descendientes directas (tal vez
casi in situ, para las situadas en el norte de Tanganika) de
la lengua ancestral; es muy probable, por tanto, que la protolengua
sí tuviera esos chasquidos característicos. ¿Es eso importante? Pues
sí, y mucho: lo veremos en nuestro próximo artículo, dedicado a la
historia de la diferenciación de las grandes familias lingüísticas.
Glosario
La presente lista de
grupos de seres vivos desglosa las 1 721 599 especies vivientes
descritas en la actualidad (para la definición de las arqueas, las
bacterias y los eucariontes, véase el glosario publicado en
puntoycoma n.o 120).
actinobacterias:
grupo de posibacterias; algunas de ellas pueden unirse entre sí
formando agregados unicelulares con aspecto de micelio; se desglosan
en arabobacterias, artrobacterias y estreptomicetos (en 2006 se
habían descrito 2 134 especies vivientes); es monofilético si
incluye a los neomura, en cuyo caso sería más apropiado denominarlo
actinobiontes.
algas:
grupo polifilético de organismos fotosintéticos acuáticos muy
diversos; las clasificaciones tradicionales las desglosaban en seis
«colores»: amarillas (xantofíceas), azules (cianofíceas),
doradas (crisofíceas), pardas (feofíceas), rojas (rodofíceas)
y verdes (clorofíceas); para descubrir su emplazamiento
actual, véanse infra las cianobacterias, los clorobiontes,
los heterocontos y los rodobiontes.
alveolobiontes:
cladón de cromalveolados unicelulares que se desglosan en
apicomplejos, ciliados y dinofitas; en 2006 se habían descrito
15 200 especies vivientes.
amebozoos:
grupo heterofilético de anterocontos que se desglosa en micetozoos y
rizópodos; en 2006 se habían descrito 732 especies vivientes.
anterocontos:
grupo homofilético de eucariontes que reúne los amebozoos y los
bicontos.
arqueobacterias:
primer nombre que se dio a las arqueas; no debe utilizarse.
arqueplástidos:
cladón de fotocariontes que reúne las glaucofitas y los metabiontes.
bacteroidales:
cladón de bacteroides parásitos anaerobios estrictos; en 2006 se
habían descrito 181 especies vivientes.
bacteroides:
cladón de esfingobacterias que reúne las bacteroidales y las
flavobacterias.
bicontos:
cladón de anterocontos que reúne los corticados y los rizarios.
cianobacterias:
cladón de glicobacterias capaces de alimentarse por fotosíntesis;
incluye a los cloroplastos, que viven en simbiosis con las células
de los eucariontes fotosintéticos; se desglosa en ficobacterias y
gloeobacterias (algunas de estas pueden unirse entre sí formando
agregados unicelulares con aspecto de alga); en 2006 se habían
descrito 295 especies vivientes.
clamidiales:
cladón de pirelulales parásitas obligatorias; en 2006 se habían
descrito 107 especies vivientes.
clorobacterias:
cladón de neguibacterias que llevan a cabo una fotosíntesis
anoxigénica; se desglosa en anaerolineales y cloroflexales; en 2006
se habían descrito 16 especies vivientes.
clorobiales:
cladón de esfingobacterias fotótrofas anaerobias estrictas; en 2006
se habían descrito 28 especies vivientes.
clorobiontes:
cladón de metabiontes que reúne las algas verdes y todas las plantas
terrestres; en 2006 se habían descrito 277 902 especies vivientes.
coanoflagelados:
cladón de coanozoos unicelulares acuáticos; en 2006 se habían
descrito 120 especies vivientes.
coanozoos:
cladón de holozoos que reúne los coanoflagelados y los metazoos.
corticados:
cladón de bicontos que reúne los excavobiontes y los fotocariontes.
crenarqueas:
grupo homofilético de arqueas termófilas anaerobias estrictas que se
desglosan en desulfurococales, sulfolobales y termoproteales (en
2006 se habían descrito 55 especies vivientes); últimamente se
considera que puede ser un cladón si incluye a los neomura.
criptofitas:
cladón de cromistas unicelulares fotosintéticos; en 2006 se habían
descrito 200 especies vivientes.
cromalveolados:
cladón de fotocariontes que reúne los alveolobiontes y los
cromistas.
cromistas:
cladón de cromalveolados que reúne las criptofitas y los
cromobiontes.
cromobiontes:
cladón de cromistas que reúne las haptofitas y los heterocontos.
endobacterias:
cladón de posibacterias que se desglosa en firmicutes, fusobacterias
y micoplasmas; en 2006 se habían descrito 2 513 especies vivientes.
eobacterias:
grupo heterofilético de neguibacterias que reúne las clorobacterias
y las hadobacterias.
esfingobacterias:
cladón de gracilicutes que reúne los bacteroides y las clorobiales.
espiroquetas:
cladón de gracilicutes de forma helicoidal; en 2006 se habían
descrito 341 especies vivientes.
esquizofitas:
nombre que se había dado a las bacterias; no debe utilizarse.
eubacterias:
nombre que se había dado a las bacterias para distinguirlas de las
arqueas (entonces denominadas arqueobacterias); no debe
utilizarse.
eumicetos:
cladón de hongos muy variados que se desglosa en ascomicetos,
basidiomicetos, glomeromicetos, quitridiomicetos y zigomicetos; se
conocen unas setenta y dos mil especies vivientes.
euriarqueas:
cladón de arqueas que se desglosan en arqueoglobales,
halobacteriales, metanobacteriales, metanococales,
metanomicrobiales, metanopirales, metanosarcinales, termococales y
termoplasmales; en 2006 se habían descrito 354 especies vivientes.
euribacterias:
grupo de glicobacterias que reúne las posibacterias y las
termotogales; es monofilético si incluye a los neomura, en cuyo caso
sería más apropiado denominarlo euribiontes.
excavobiontes:
cladón de corticados unicelulares flagelados; se desglosa en
arqueozoos, discicristados y loucozoos; en 2006 se habían descrito
2 068 especies vivientes.
exoflagelados:
cladón de gracilicutes que reúne las pirelulales y las
proteobacterias.
fitozoos:
nombre que se había dado a ciertos organismos con aspecto de
vegetales con caracteres animales; no debe utilizarse.
flavobacterias:
cladón de bacteroides aerobios estrictos; en 2006 se habían descrito
152 especies vivientes.
fotocariontes:
cladón de corticados que reúne los arqueplástidos y los
cromalveolados.
glaucofitas:
cladón de arqueplástidos unicelulares acuáticos; en 2006 se habían
descrito 13 especies vivientes.
glicobacterias:
grupo que reúne a todas las bacterias, salvo las clorobacterias y
las hadobacterias; se desglosa en cianobacterias, euribacterias y
gracilicutes; es monofilético si incluye a los neomura, en cuyo
caso sería más apropiado denominarlo glicobiontes.
gracilicutes:
cladón de glicobacterias que reúne las esfingobacterias, las
espiroquetas y los exoflagelados.
hadobacterias:
cladón de neguibacterias mesófilas aerobias; se desglosa en
dinococales y termales; en 2006 se habían descrito 52 especies
vivientes.
haptofitas:
cladón de cromobiontes biflagelados unicelulares que forman parte
del fitoplancton, provistos de exoesqueleto calcáreo; en 2006 se
habían descrito 500 especies vivientes.
heterocontos:
cladón de cromobiontes que se desglosa en bacilariofíceas,
crisofíceas, eustigmatofíceas, feofíceas, oomicetos, opalinas y
xantofíceas (en 2006 se habían descrito 105 922 especies vivientes);
también se denominan estramenópilos.
holomicetos:
cladón de opistocontos que reúne los hongos y los nucleáridos.
holozoos:
cladón de opistocontos que reúne los coanozoos y los mesomicetozoos.
hongos
(también denominados micetos): cladón de holomicetos que
reúne los eumicetos y los microsporidios.
korarqueas:
cladón de arqueas ancestrales; solo se conoce una especie viviente.
mendosicutes:
nombre que algunos autores dan a las arqueas.
mesomicetozoos:
cladón de holozoos parásitos; solo se conocen cinco especies
vivientes.
metabacterias:
nombre que algunos autores dan a las arqueas.
metabiontes:
cladón de arqueplástidos que reúne los clorobiontes y los
rodobiontes.
metafitas:
grupo polifilético en el que se incluían todos los organismos
pluricelulares fotosintéticos; es un término que ya no debe
utilizarse.
metazoos:
cladón de coanozoos pluricelulares; se desglosa en eumetazoos,
mixozoos, parazoos y placozoos; en 2006 se habían descrito 1 211 612
especies vivientes.
microsporidios:
cladón de hongos unicelulares parásitos; en 2006 se habían descrito
800 especies vivientes.
moneras:
nombre que se había dado a las bacterias (y procariotas en general);
no debe utilizarse.
nanoarqueas:
cladón de arqueas diminutas del que solo se conoce una especie
viviente.
neguibacterias:
grupo parafilético que reúne a todas las bacterias gramnegativas:
cianobacterias, eobacterias, gracilicutes y termotogales.
neomura:
cladón que reúne las arqueas y los eucariontes.
nucleáridos:
cladón de holomicetos unicelulares; solo se conocen seis especies
vivientes.
opistocontos:
cladón de unicontos que reúne los holomicetos y los holozoos.
pirelulales:
cladón de exoflagelados que reúne las clamidiales, las
planctomicetales y las verrucomicrobiales.
planctomicetales:
cladón de pirelulales acuáticos; en 2006 se habían descrito 82
especies vivientes.
posibacterias:
grupo de euribacterias que reúne las actinobacterias y las
endobacterias (es decir, todas las bacterias grampositivas); es
monofilético si incluye a los neomura, en cuyo caso sería más
apropiado denominarlo posibiontes.
proteobacterias:
cladón de exoflagelados (en 2006 se habían descrito 4 667 especies
vivientes) que, según la secuencia del ácido ribonucleico de sus
ribosomas, se desglosa en acuificales (9 especies), alfabacterias
(1 488 especies), betabacterias (682 especies), deltabacterias (332
especies), epsilonbacterias (232 especies) y gammabacterias (1 924
especies); las alfabacterias incluyen a las mitocondrias, que viven
en simbiosis con las células eucariotas.
protoctistas:
grupo parafilético que reúne a todos los eucariontes unicelulares;
actualmente es sinónimo de protistas, primer nombre que se
dio a todos los organismos unicelulares.
protofitas:
grupo parafilético en el que se incluían todos los organismos
unicelulares fotosintéticos; es un término que ya no debe
utilizarse.
protozoos:
grupo polifilético en el que se incluían todos los organismos
unicelulares no fotosintéticos; es un término que ya no debe
utilizarse.
rizarios:
grupo heterofilético de bicontos unicelulares acuáticos; se desglosa
en apusozoos, cercozoos, heliozoos y radiolarios; en 2006 se habían
descrito 18 006 especies vivientes.
rodobiontes:
cladón de metabiontes acuáticos que se desglosa en bangiofíceas,
cianidiofíceas y florideofíceas; en 2006 se habían descrito 5 500
especies vivientes.
termotogales:
cladón de euribacterias hipertermófilas quimiótrofas; en 2006 se
habían descrito 25 especies vivientes.
unicontos:
grupo heterofilético de eucariontes que reúne los amebozoos y los
opistocontos.
verrucomicrobiales:
cladón de pirelulales; solo se conocen nueve especies vivientes.
virus:
porción de un ácido nucleico envuelta en una cápsula formada por
proteínas; debe infectar células para poder reproducirse
(considerado individualmente se denomina virión): los virus
constituyen la frontera entre los organismos vivos y las moléculas
capaces de autorreplicarse (como los priones), por lo que
hasta ahora se excluyen de la sistemática.
zoófitos:
nombre que se había dado a ciertos organismos con aspecto de
animales con caracteres vegetales; no debe utilizarse.