![]() ![]() ![]() COLABORACIONESDel conflicto social al conflicto terminológico: un apunte
sobre «bioprospección» y «biopiratería»
Todo término está revestido de cierta autoridad porque se considera resultado de un consenso, de una opinión razonada y ampliamente avalada por los especialistas, por opaca o incomprensible que resulte para los no iniciados. Esto es cierto, aunque no siempre, en las ciencias experimentales, pero lo es mucho menos en las llamadas ciencias sociales, en las que no es raro que un término acabe imponiéndose a expensas de otros términos competidores, que representan intereses opuestos o divergentes. El poder de controlar la producción y difusión de términos sigue siendo hoy uno de los medios más sutiles y también más eficaces de control social1, como podemos apreciar en antagonismos terminológicos que dejan traslucir (y al mismo tiempo alimentan) conflictos ideológicos y sociales explícitos o larvados. La lingüística, la filosofía del lenguaje, la retórica y el análisis crítico del discurso nos aportan abundantes reflexiones que pueden ser útiles para una crítica ideológica de la terminología de las ciencias sociales. Fuera del ámbito estrictamente lingüístico, sociólogos, economistas e historiadores conceden cada vez más importancia a la relación entre lengua e ideología porque, como ha señalado el economista chileno Max Neff, se trata no solo de saber, sino de comprender2, de desvelar los significados (lo que Foucault llamó la «arqueología del saber»3). Parece, sin embargo, que la terminología, como disciplina académica, se mantiene más bien al margen de esta perspectiva crítica4 y, aunque ha ido integrando otras dimensiones (sociolingüística, pragmática, teoría de la comunicación, sociocognitivismo, semántica de marcos), no parece aún muy interesada por las cuestiones ideológicas, ni siquiera cuando aborda los términos conflictivos de las ciencias sociales. Sorprende, en estos tiempos que corren, que los trabajos de terminología no hagan más hincapié en lo que Teun A. van Dijk ha llamado las «estructuras ideológicas del discurso»5 y en la manera en que estas pueden justificar determinadas opciones terminológicas. Algunas de las razones que pueden explicar esta falta de interés son:
Un artículo reciente de Le Monde diplomatique8 desvelaba que los principales expertos que aparecen en los medios de comunicación para «explicar» la crisis económica a los ciudadanos se presentan como universitarios o investigadores, sin mencionar nunca que forman parte de los consejos de administración de importantes entidades financieras. Lo que debería ser un discurso de explicación se convierte así, invariablemente, en un discurso de legitimación. La opción de usar un determinado término es, muy frecuentemente, una opción ideológica. En Ideología y discurso van Dijk parte de una definición amplia de ideología como sistema de creencias fundamentales de un grupo compartidas por sus miembros. Esta definición lleva al autor a plantearse una serie de preguntas básicas (¿quiénes somos?, ¿qué hacemos?, ¿por qué lo hacemos?, ¿quiénes son nuestros amigos o enemigos?, ¿qué tenemos que los demás no tengan?, etc. ) organizadas dentro de categorías (pertenencia al grupo, actividades, objetivos, relaciones y recursos), que son las que determinan la identificación con una ideología:
Las ciencias sociales son esencialmente narrativas y, por ello, su terminología plantea problemas metodológicos específicos. Por ejemplo, una definición del término «racismo» que quiera dar cuenta de la formación y de la evolución del concepto solo puede hacerse mediante una aproximación diacrónica y enciclopédica, es decir, mediante una narración, en la que ha de estar presente forzosamente la ideología. Este es el método que se ha seguido en una obra ya clásica, el Diccionario Crítico de Ciencias Sociales10, en cuya entrada «racismo» podemos leer:
A primera vista este enfoque puede parecer antiterminológico («diversos significados», «connotación», «definir lo que no es»), y sin duda lo es, si nos atenemos a los manuales clásicos, que tienen una concepción muy estrecha de la terminología, pero es un planteamiento que nos ofrece una base óptima para ayudarnos a comprender el concepto de «racismo». Nietzsche dijo que solo puede definirse lo que no tiene historia y puede que, en rigor, este tipo de términos sean indefinibles, tan solo explicables. Podemos describir con relativa facilidad un objeto material o un proceso industrial, enumerar sus características o propiedades buscando un máximo de objetividad, pero un término como «racismo» requiere una narración en un eje histórico e ideológico y exige, por lo tanto, una interpretación. El imposible fin de la historia En su famoso y polémico artículo publicado en 1989 en The National Interest, Fukuyama anunció el «fin de la historia»11 entendida como lucha de ideologías y el comienzo de una etapa caracterizada por la hegemonía de la «democracia liberal occidental». Una década después, confirmaba su vaticinio, con algunos matices, en un artículo cuya versión española publicó El País el 17 de junio de 1999: «Pensando sobre el fin de la historia diez años después». A pesar de lo poco acertado de su predicción, hay que reconocer a Fukuyama una gran habilidad como propagandista12. La martingala del fin de la historia es un ejemplo más de cómo funcionan los mecanismos de «creación (o construcción) de consenso» que, como ha señalado Chomsky13, viene empleando la «ingeniería histórica» estadounidense (el término es del mismísimo presidente Woodrow Wilson) desde las primeras décadas del pasado siglo, antes incluso de que Orwell lanzara sus andanadas contra la neolengua. Hoy está claro que aquel fin de la historia era un final «de encargo» para presentar poco menos que como un hecho científico (es decir, neutral) el triunfo inapelable de la ideología dominante. Pero tal intensidad propagandística se vio contrarrestada por la aparición del término «pensamiento único»14, referido también a la supremacía del pensamiento liberal occidental, pero de manera crítica, poniendo de relieve sus efectos devastadores sobre el Estado del bienestar, los derechos laborales o el medio ambiente. La historia no se resignó a hacer mutis y volvió estrepitosamente a escena en septiembre de 2001, entrando en nuestras casas por la pantalla del televisor. Los ecos de lo que sucedió después (la intensificación de los combates ideológicos y del fuego real) pueden escucharse todavía. Como señala Juan Luis Conde: «los años 90 fueron un espejismo en que pudo augurarse el fin de la historia. Ahora comprendemos que no puede tener final lo que no tiene tampoco principio15.» La tozudez de la realidad y la fuerza retórica de la expresión «pensamiento único», con ese inocente adjetivo lanzado a la línea de flotación del discurso neoliberal, contribuyeron al fin del fin de la historia. No hay más remedio, por lo tanto, que volver a la historia, y con ella a la ideología, para desvelar los antagonismos terminológicos y el conflicto fundamental que late bajo todos ellos: quién domina y quién es dominado o —como diría Zanco Panco (Humpty Dumpty) en su clase acelerada de semiótica a Alicia16— «quién manda». Las relaciones de fuerzas que estos conflictos y oposiciones generan son también evidentes (hoy diríamos incluso que son descaradamente evidentes) en el terreno discursivo y, sin embargo, no es fácil para la mayoría de nosotros reconocerlas ni expresarlas. Žižek, siempre provocador, ha dado una vuelta de tuerca, en clave ideológica, a la archiconocida frase de Wittgenstein: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo»:
Estos términos equívocos, según Žižek, hacen que nuestras libertades sirvan, en realidad, para ocultar nuestra absoluta falta de libertad: términos como «guerra contra el terrorismo»18, «democracia»19, «libertad»20, «derechos humanos»21, no pueden definirse sin recurrir a la historia y a la ideología, los dos principales enemigos del eterno presente de la posmodernidad. Hay ciertos términos creados por el poder (político y económico en particular) que se usan para zanjar conflictos ocultándolos. Si el conflicto real persiste, es fácil que acaben surgiendo términos opuestos (que podríamos llamar antitérminos o contratérminos), aunque su circulación haya quedado reducida a determinados grupos y ámbitos relativamente marginales, con la excepción quizás del mundo académico, tradicionalmente más inclinado a cuestionar los dogmas. Lo novedoso en la actual sociedad de la conexión es que la llamada viralidad de la red favorece la difusión de estos contratérminos y su posibilidad de cuestionar consensos terminológicos y sociales. Los campos en conflicto terminológico pueden así, en cierta medida, reequilibrarse. Un ejemplo: «bioprospección» y «biopiratería» El conflicto entre estos dos términos se planteó bastante antes de la generalización de internet, pero la red ha sido determinante en la relación de fuerzas, en continua evolución, que se da entre ambos. Por tratarse de un término relativamente genérico, son muchas las definiciones legales de «bioprospección», con diferentes matices en función del contexto y de la finalidad. Por ejemplo, en un documento recopilado por la Office of Hawaiian Affairs se recogen doce definiciones22 procedentes de instituciones académicas o de la legislación de distintos Estados y territorios. La variedad de las definiciones es un indicio de la naturaleza polémica del concepto, si bien en todas ellas se considera legítima, en mayor o menor medida, la explotación comercial de los recursos de la biodiversidad y la apropiación de los conocimientos ancestrales (traditional knowledge) de los pueblos indígenas, aunque solo en algunas definiciones se hable explícitamente de compensación. En el glosario del Environmental Terminology and Discovery Service (ETDS) de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) se recoge la siguiente definición:
y se hace depender la «biopiratería» de la «bioprospección»:
Extrañamente,
a pesar de ser mucho más explícita, la definición de biopiracy viene a ser secundaria, como si se tratase de una subacepción
(regarded as) de bioprospecting. De hecho, en la definición de bioprospecting no figura la correspondencia inversa (biopiracy regarded as…) y no se menciona
relación alguna con la «biopiratería». Se trata obviamente de una decisión
ideológica25,
como queda patente si cambiamos de perspectiva. Veamos, por ejemplo, cómo
define biopiracy un manual académico26
editado en Nueva Deli: es una definición extensa (de algo más de media página)
que ilustra perfectamente la inversión de la relación entre biosprospecting y biopiracy propuesta en el glosario de la AEMA. Recogemos aquí tan
solo un par de frases (el subrayado es nuestro):
Hay que señalar también que, tras la voz biopiracy, el glosario de este manual registra biowar, lo que nos indica que el término bioprospecting solo figura en esta publicación india como subacepción de biopiracy. La relación de fuerzas, al menos textualmente, se ha invertido: hemos cambiado de continente y hemisferio y hemos pasado también «al otro lado del espejo». La «bioprospección» y la «biopiratería» no son vistas de la misma manera en Londres y en Nueva Deli, y no se trata exclusivamente de diferencias culturales. A nadie se le escapa tampoco que el oxímoron orwelliano ethical biopiracy (que nos hace pensar en sir Francis Drake y los gentlemen pirates y condensa en dos palabras las relaciones coloniales a lo largo de la historia) no es en absoluto casual porque remite irónicamente a la interiorización del discurso de legitimación: lo que Bourdieu ha llamado «violencia simbólica»27. Génesis y éxito de biopiracy/biopiratería Según el libro Confronting biopiracy, challenges, cases and international debates28, el término biopiracy lo utilizó por primera vez Pat Mooney, de la ONG canadiense Rural Advancement Foundation International. Se acuñó, como buen contratérmino, de manera claramente reactiva, para canalizar una frustración:
Pero donde biopiracy se cargó de toda la fuerza, ideológicamente hablando, que hoy tiene fue en la India, gracias al libro-manifiesto Biopiracy: the plunder of nature and knowledge30 de Vandana Shiva, que sitúa la biopiratería como concepto central de un discurso contra el colonialismo, agrandando, además, su dimensión histórica (al aplicar retroactivamente el término al expolio colonial de América) y vinculando los conceptos «eurocéntricos» de «propiedad» y «piratería» como prácticas esenciales en la política del GATT y de la OMC. Habría mucho que decir sobre los términos relacionados directa o indirectamente con el discurso político sobre (contra) la biopiratería, en el que, además de tecnicismos, como las famosas GURTs (o TRUG en español) —cono-cidas coloquialmente por sus detractores como terminator technologies— y de términos engañosos, como biodiscovery (biodescubrimiento), tenemos una buena serie de contratérminos: biopirata, deuda ecológica, deuda social, etnobotánica, patentabilidad de la vida, soberanía alimentaria, etc. Es un tema muy interesante que nos gustaría abordar en otra ocasión. En cualquier caso, para obviar el conflicto, ni «bioprospección» ni «biopiratería» figuran en el Protocolo de Nagoya sobre acceso a los recursos genéticos y participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de su utilización al Convenio sobre la Diversidad Biológica31, pero la pertinencia del discurso sobre la biopiratería y la implantación del término han motivado que haya ya propuestas para adoptar un enfoque amplio (y no restrictivo) en el desarrollo de disposiciones contractuales relativas a la resolución de controversias en las condiciones mutuamente acordadas de las que habla el Convenio. Este enfoque amplio podría permitir una lucha más eficaz contra la biopiratería32. Esperamos con estas reflexiones haber despertado en quienes se dedican a la terminología el interés en abordar desde una óptica diferente las polarizaciones y relaciones de conflicto que se dan entre términos ideológicamente cargados. La confrontación en el plano discursivo es fundamental para detectar (y contribuir a modificar) las relaciones de fuerzas tan desparejas entre dominantes y dominados y para hacer que no sean los primeros quienes tengan la exclusiva facultad de nombrar ni los segundos la condición de ser siempre nombrados. Luis González
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