COLABORACIONESDiglosia colateralIf I know not the meaning of the voice, 1 Corintios 14:11 (Versión del Rey Jaime) La relación entre las lenguas de cultura presenta una asimetría creciente, hasta el punto de que la más potente actúa como un vector de nivelación lingüística a escala planetaria. En este contexto, es interesante observar que en varios campos de la actividad humana -por ejemplo, en el arte de la guerra y las relaciones internacionales- muchos neologismos españoles tienen una fecha de invención más o menos exacta, no pocas veces un autor conocido y casi siempre una partida de nacimiento en lengua inglesa. (Recordemos que la diglosia se refiere en especial a aquel bilingüismo en que una de las lenguas goza de una posición social, cultural o política privilegiada.) Conflicto y pazEn su comparecencia ante la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa del Congreso de los Diputados el pasado 24 de marzo, la ministra de Exteriores se vio obligada a esgrimir el María Moliner para hacer ver a la oposición los matices semánticos de un término importante para el asunto que había motivado la comparecencia: el llamado conflicto de Iraq1. La ministra contribuía así a disipar la niebla de la guerra, de acuerdo con la advertencia de Octavio Paz: «cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro». Pero el Moliner y el DRAE se nos están quedando cortos, porque el español bebe hoy a chorro del inglés y esta es la lengua en la que se piensan, se hacen y se interpretan las grandes noticias del mundo. En la misma sesión del Congreso, el ministro de Defensa tuvo que recalcar a los diputados la diferencia entre las expresiones inglesas peace making y peace keeping (la glosa la hizo en castellano); por suerte no complicó más las cosas echando mano de los otros dos componentes del cuarteto: peace building y peace enforcement2. Dicho de otro modo, es hoy difícil apreciar el verdadero calado de las noticias internacionales en español, con toda su riqueza de imágenes, eufemismos y alusiones, sin una buena noción de lengua y cultura anglosajonas. Veamos algunos ejemplos. La pistola humeanteEl 25 de marzo, M. Á. Bastenier publicó en El País una columna titulada «A la búsqueda de la pistola humeante». El tema de la pistola humeante había aparecido ya en numerosos artículos en los dos meses anteriores a la guerra, pero, centrado en el titular, se convertía en un reclamo original y sorprendente. La Razón del día 6 de febrero explicaba el significado de esa «imagen con la que se viene aludiendo a la evidencia [< evidence] de la posesión por parte del tirano de Bagdad de armas de destrucción masiva». En efecto, el mismo día 6 ¾el siguiente a la famosa intervención de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas¾, el diario ABC anunciaba que Francia, Rusia y China no estaban dispuestas a «comprar la pistola humeante» que les ofrecía Powell. Hay que retroceder algunas semanas más para encontrar el origen reciente de esa curiosa expresión. El nuevo padre de la criatura rediviva es Hans Blix, en aquel momento jefe de los inspectores de las Naciones Unidas en Iraq. Estas fueron sus palabras ante el Consejo de Seguridad el 9 de enero de 2003: «We have now been there for some two months and been covering the country in ever wider sweeps and we haven't found any smoking guns». En pocas horas, las pistolas humeantes llenaron los titulares de los medios de comunicación de todos los países anglosajones, de The Washington Post a la BBC: «No smoking guns in Iraq». Tres días más tarde, un editorial de El País recordaba que «no aparece la "pistola humeante", prueba del delito». Las comillas tardarían otros dos meses en caer. De acuerdo con William Safire, lingüista y periodista de The New York Times, la pistola humeante había vivido ya en inglés un primer esplendor mediático en el verano de 1974 en el caso Watergate, con una grabación comprometedora de las palabras de Richard Nixon que dio en llamarse the smoking-gun tape. El recuerdo de aquella famosa cinta se mantuvo latente y, antes de que la campaña de Iraq la lanzara a los titulares españoles, la imagen había despertado esporádicamente, tal vez desvinculada ya de su origen, para referirse por ejemplo al primero de la serie de vídeos de Osama bin Laden: «esa "pistola humeante" o prueba que sirve para disipar cualquier duda sobre su implicación en los acontecimientos del 11 de septiembre» (El Mundo, 14.12.2001). Después de esa fecha, las pistolas humeantes vienen aludiendo sobre todo a las armas de destrucción masiva [< weapons of mass destruction] que supuestamente albergan los regímenes del Eje del Mal [< the Axis of Evil]. En realidad, smoking gun, con el sentido de prueba concluyente, tiene un origen mucho más lejano: según Safire, deriva de smoking pistol y se remonta a un pasaje de la narración The Gloria Scott (1893), de Arthur Conan Doyle:
Resulta, pues, que el referente cultural profundo del titular de Bastenier en El País no es el pirata de Espronceda, sino Sherlock Holmes. ¿Destrucción masiva o exterminio?La expresión weapons of mass destruction empezó a usarse en la prensa británica a finales de 1937 para referirse al bombardeo aéreo de ciudades en la guerra civil española3. Durante la guerra fría, las weapons of mass destruction aludían exclusivamente a las armas nucleares. El significado actual, que incluye también las armas químicas y biológicas, tiene su origen en el texto de la Resolución 687 (1991) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de 3 de abril de 1991 (Iraq-Kuwait). De acuerdo con Eduardo P. Kragelund, del Servicio Español de la agencia Reuters4, la traducción literal «armas de destrucción masiva», en lugar de «armas de exterminio», es inapropiada y cuanto menos confusa. En efecto, las definiciones de «exterminar» en el DRAE y el María Moliner (acabar del todo con algo; desolar, devastar por fuerza de armas; aniquilar o devastar un sitio habitado...) abonarían, en este caso, la correspondencia mass destruction = exterminio -y no «exterminio masivo», como se lee a veces en los medios de comunicación, dado que todo exterminio es masivo-. Pero a estas alturas, doce años después de la Resolución 687 y después de la saturación de los últimos meses, abogar ahora por una traducción más apropiada sería predicar en el desierto; y más teniendo en cuenta que el español evoluciona en un sistema más amplio, el de las lenguas románicas, que se nutre en su conjunto directamente del inglés: FR: armes de destruction massive, IT: armi di distruzione di massa, CA: armes de destrucció massiva... Dicho sea de paso, un efecto colateral de la guerra de Iraq ha sido acabar definitivamente con el término oficial español en las resoluciones de las Naciones Unidas: «armas de destrucción en masa». El Eje del MalCon las palabras «the regime is gone», el 11 de abril el portavoz de la Casa Blanca anunciaba que la campaña militar había alcanzado su principal objetivo: el «cambio de régimen» (the regime change)5. En los últimos años, la expresión the regime, sin otra precisión, se ha asociado de forma cada vez más estrecha con regímenes integristas o autocráticos, especialmente en los llamados rogue states: el régimen talibán, el régimen de Sadam, el régimen de Pyongyang... Visto su uso en los medios de difusión, no es aventurado pensar que en un futuro no muy lejano la palabra «régimen» pueda adquirir unas connotaciones tales que la hagan incompatible con conceptos positivos como régimen democrático o régimen de libertades. El Eje del Mal tiene su origen en el discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado por el presidente de los Estados Unidos el 29 de enero de 2002 («states like these, and their terrorist allies, constitute an axis of evil, arming to threaten the peace of the world»). Evoca en el subconsciente colectivo la guerra que libró el Mundo Libre [< the Free World] contra las potencias del Eje en los años cuarenta del siglo pasado, al igual que el uso -muy extendido en los medios de comunicación españoles- de «los aliados / las fuerzas aliadas» [< the Allies / the allied forces] para referirse a las tropas de la coalición angloamericana. (Se está convirtiendo en tabú lingüístico hablar de «potencias ocupantes», un concepto anclado en el Derecho internacional6.) Bombas inteligentesLos medios españoles informaron, con un empleo bastante confuso de ambos términos, del lanzamiento de bombas de racimo y bombas de fragmentación contra las columnas de la Guardia Republicana. La bomba (inteligente) de racimo [< (smart) cluster bomb], llamada oficialmente sensor-fused weapon, es un tipo de bomba de fragmentación que esparce en su caída pequeñas bombas secundarias (bomblets) autopropulsadas y dotadas de sensores que las dirigen a diferentes blancos -por lo general, blindados- en un perímetro muy amplio del campo de batalla. Algunas bombas secundarias no estallan y en anteriores guerras acabaron convirtiéndose en minas terrestres extremadamente peligrosas para la población civil. La novedad terminológica, en relación con el uso en la última guerra de la versión más avanzada de esos artefactos, fue precisamente el empleo de la expresión civilian-friendly cluster bomb, que, tal vez por pudor, no se ha visto reflejada todavía en la prensa española. Ni que decir tiene que la probable etiqueta «bomba de racimo respetuosa con la población civil» engrosará la amplia categoría de términos vergonzantes y políticamente correctos como guerra humanitaria [< humanitarian war], guerra limpia [< clean war], ataque quirúrgico [< surgical strike], ablandamiento [< softening up = bombardeo intenso y sostenido] o los ya clásicos daños colaterales [< collateral damage], que incluso han dado título a una película de Hollywood (Daño colateral, 2002)7. Pero la nueva caracterización no es puramente eufemística: la novedad técnica de la última generación de bombas de racimo consiste en la desactivación automática de los componentes secundarios que no hayan estallado al término de un período de tiempo programado, con el fin de evitar daños a la población civil. Periodistas encamadosPoco después del 11 de septiembre, Chris Hedges, periodista de The New York Times, explicaba, en una traducción del inglés en La Vanguardia, su experiencia como corresponsal en la primera guerra del Golfo: «Me rapé y me vestí de soldado con el grupo de los "unilaterales" [< unilaterals = periodistas independientes]. Nos negábamos a cubrir las ruedas de prensa llenas de mentiras de los militares. Decidí explicar lo que pasaba por mi cuenta». De las palabras de este periodista se deduce que otros trabajaban adscritos a las unidades militares. El acompañamiento por los militares del trabajo de los periodistas tiene, en efecto, una larga tradición. Pero una de las novedades en la II Guerra del Golfo [< Gulf War II] fue el grado de intimidad de los reporteros con la tropa:
Se trata más que nada de una novedad lingüística, ya que, como recordó The Guardian, «reporters have been embedded since Crimea and before»8. En cualquier caso, antes de estallar la guerra, la organización Reporteros sin Fronteras informaba de que las autoridades angloamericanas habían ofrecido a más de seiscientos «periodistas incorporados» [< embedded journalists] de todo el mundo la posibilidad de integrarse en sus unidades militares. El día 29 de marzo, El Mundo decía que las unidades de la coalición habían prohibido a los «periodistas incrustados» utilizar los teléfonos vía satélite. El País del 1 de abril daba noticia de la expulsión del reportero Geraldo Rivera, «uno de los periodistas agregados a las unidades militares en Iraq dentro del programa de "empotramiento" [< embedding program]». La asociación de ideas no escapó a los periodistas anglosajones, que se apresuraron a señalar, no sin cierta sorna, los riesgos para la independencia informativa del compadreo y la camaradería entre soldados y reporteros y las «inevitable implications that the press will be climbing "em-bed" with the administration. The word "embedded" does, after all, have "bed" in the middle» (Pointer Online, 3.3.2003). «Being "in bed" with the soldiers will result in one-sided stories of camaraderie», advertía otra fuente. Los periodistas españoles se encontraron con el problema añadido de tener que describir su relación con los soldados de forma comprensible para los lectores. Parece que «incrustado» y «empotrado» son dos variantes del léxico de las nuevas tecnologías, procedentes de la traducción española de embedded systems («sistemas incrustados» en los manuales de Microsoft). Ahora bien, aplicada a la terminología periodística y castrense, esta novedad tal vez pudiera expresarse simplemente con los verbos adscribir, agregar o integrar, como hicieron algunos medios: «Rivera no figura entre los 600 periodistas "integrados" en las unidades de combate estadounidenses» (EFE, 31.3.2003). Claridad moralA pesar de las posibles interpretaciones divergentes, el juicio moral, el valor moral, la fortaleza moral, la integridad moral y la rectitud moral son conceptos profundamente arraigados en la lengua y un lugar común en los textos de ética y filosofía. Por el contrario, la «claridad moral» [< moral clarity] constituye una nueva categoría, representada por un término nuevo que difícilmente encontraremos en documentos anteriores a 1997 y que en los últimos meses ha empezado a propagarse en los medios de difusión de habla española. Lo usó, por ejemplo, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, en su mensaje dirigido a los magistrados de la Corte Penal Internacional el 11 de marzo de 2003:
Pero el impulso decisivo para la divulgación del término en los foros internacionales -y, de rebote, en la lengua española- lo dio el presidente Bush en dos discursos pronunciados el 23 de mayo y el 1 de junio de 2002 ante el Parlamento alemán y en la Academia Militar de West Point, respectivamente:
Ahora bien, para encontrar el acta de nacimiento y entender el verdadero significado de esa nueva categoría moral hay que retroceder varios años, hasta la Declaración de principios de la organización Project for a New American Century (PNAC), suscrita el 3 de junio de 1997 por veinticinco personalidades políticas e intelectuales como Jeb Bush, Donald Rumsfeld, Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Steve Forbes, Donald Kagan y Francis Fukuyama, este último padre también desde 1989 de la expresión «el fin de la historia» [< the end of history]. En la declaración del PNAC se hace un llamamiento en favor de una política de «military strength and moral clarity»11. Los límites de la traducción: shock and aweLas guerras dejan su impronta en el imaginario colectivo y, por ende, en las lenguas, que son su espejo. De la Gran Guerra heredamos la «tierra de nadie» [< no man's land] y la «guerra de trincheras». El Tratado de Versalles nos legó el «mandato», una palabra que el presidente Wilson consideraba menos comprometedora que «protectorado»12. La II Guerra Mundial nos deparó la «guerra relámpago» [< Blitzkrieg], el «fuego amigo» [< friendly fire = fuego propio]13 y el «genocidio» [< genocide]14; la guerra de Corea, el «lavado de cerebro» [< brainwashing]15; la guerra de Vietnam, los «daños colaterales»; y la guerra de los Balcanes, la «limpieza étnica» [< ethnic cleansing < etničko čišćenje]16. «Guerra preventiva» y «armas de destrucción masiva» permanecerán probablemente en la memoria colectiva como las palabras señeras de la campaña de Iraq. Pero la expresión más peculiar y llamativa desde el punto de vista lingüístico fue sin duda shock and awe; no solo por tratarse de un elemento central de la estrategia de control rápido en la que se basaba la campaña, sino porque dio lugar a un problema de traducción -sin duda imprevisto en los círculos anglocéntricos en los que se ideó la estrategia- que contribuyó a soliviantar los ánimos de la opinión pública mundial y agriar las relaciones entre los Estados Unidos y algunos de sus aliados. Frente a la «doctrina Powell», aplicada en la I Guerra del Golfo y basada en grandes y, por tanto, lentos despliegues de tropas en un frente amplio, la estrategia de control rápido (rapid dominance) se elaboró durante la presidencia de Clinton como respuesta a la voluntad de mantener la supremacía y la eficacia militar en un contexto de recortes presupuestarios y un mundo que, después de la desaparición de la Unión Soviética, se suponía amenazado por nuevos peligros ubicuos y difusos. La nueva doctrina cristalizó en el manual Shock and Awe: Achieving Rapid Dominance, de H. K. Ullman y J. P. Wade, publicado en 1996 por la National Defense University, y se aplicó por primera vez en la campaña de Afganistán. Dicha doctrina incorpora elementos teóricos y prácticos varios, desde Clausewitz a la guerra relámpago de la Wehrmacht, y se basa en el dominio de la información, las tácticas de la guerra psicológica y la desinformación, el uso de nuevas tecnologías (por ejemplo, armas guiadas por satélite) y la aplicación de fuerza selectiva, expeditiva y rápida en los puntos neurálgicos. Su objetivo es, en palabras de Ullman, «to crack the enemy's will as quickly as possible»17. Desde el punto de vista militar, el desarrollo de la campaña de tres semanas en Iraq se ajustó perfectamente a las pautas definidas por la nueva doctrina. El concepto de shock and awe se vio reflejado en español en media docena de versiones improvisadas: conmoción y terror, impacto y pavor, conmoción y pavor, conmoción y espanto... Otro tanto ocurrió en francés (choc et terreur, choc et effroi, choc et stupeur...), italiano (colpisci e terrorizza, shock e terrore, choc e timore...), alemán (Schock und Schrecken, Schock und Lähmung...) y probablemente en otras lenguas. El anuncio del plan estratégico pocas semanas antes del inicio de la campaña, filtrado por las diferentes y a menudo desafortunadas traducciones de las agencias de prensa, causó una primera oleada de «conmoción y pavor» en la opinión pública internacional. The Washington Post describía el problema en un artículo publicado el 23 de marzo con el subtítulo «Object is not to terrorize»: hasta finales de enero, shock and awe no era más que una abstrusa noción de los estrategas militares; en pocos días, saltó de un telediario de la CBS a las pantallas y las lenguas del mundo entero «serving as a virtual marquee for boom and blast in Baghdad. Along the way, a lot was lost in the translation – to the chagrin of many American generals who say the phrase gives the wrong impression of what they are trying to do». Otra fuente se apresuraba a explicar que «"shock and awe" has been misinterpreted as a massive and spectacular wave of destruction. An optimum shock and awe campaign would hit as few targets as possible to achieve the desired phsychological effect». Curiosamente, entre las lenguas europeas, parece que solo la italiana se ocupó de reflexionar sobre esta cuestión lingüística, nada baladí tratándose de lo que se trataba. En un artículo titulado «Come tradurre, interpretare e manipolare il nome dell'operazione in Iraq», publicado el 23 de marzo, Il Riformista decía que «la sola cosa certa è che il nome in codice dei bombardamenti su Baghdad, sui giornali italiani, ognuno lo traduce come gli pare. E sempre in modo sbagliato». Un periodista anglosajón, Gar Smith, definió la expresión shock and awe como «a bizarre conjunction of trauma and admiration». Como se ve, el malentendido se centra en la palabra awe, que el American Heritage Dictionary define como «a mixed emotion of reverence, respect, dread, and wonder inspired by authority, genius, great beauty, sublimity, or might». Aludiendo a la difícil traducción de esta palabra, Il Riformista señalaba que sería absurdo que se hubiera usado el término «terror» para bautizar una operación ideada supuestamente para combatir el terrorismo. En otro artículo con el título «"Shock and awe" e le traduzioni infelici», publicado en L'Opinione el 25 de marzo, Sandra G. Giacomazzi se devanaba los sesos en una reflexión lingüística que encontramos raramente en la prensa española:
Aunque los italianos tampoco dieran con la traducción perfecta, el debate les sirvió al menos para situar el rompecabezas en su verdadero contexto:
* * * Como dejó escrito Arthur Koestler, «wars are not fought for territory, but for words». ™ Amadeu Solà
|