Lógicamente, cualquier transcripción fonética que se sitúa al margen o por encima de las lenguas concretas resulta totalmente contraproducente si los hablantes toman los símbolos fonéticos por letras de sus respectivas lenguas. Esta confusión se ve alimentada en el caso del Pinyin por el hecho de que todos sus símbolos son caracteres latinos efectivamente utilizados, y no garabatos irreconocibles para el profano o signos pertenecientes a alfabetos no latinos (por ejemplo el griego), como sucede en el Alfabeto Fonético Internacional, que además avisa de su condición con los preceptivos corchetes. Un alfabeto fonético de uso internacional es una especie de «comunitarización» de caracteres gráficos: todas las lenguas pierden, pues deben renunciar a la ransliteración de los sonidos más acorde con sus hábitos; y todas ganan, pues adquieren un único có digo común para entenderse.
En este sentido, una de las objeciones habituales al Pinyin es que fue concebido pensando sobre todo en los hablantes de lengua inglesa. La observación es correcta, pero exagerar sus consecuencias puede desvirtuar la realidad: quien esto escribe ha tenido ocasión de oír a hablantes de las lenguas más diversas intentando imaginarse cómo suena el chino apartir del Pinyin, sin conocerlo, y no recuerda que los logros de los anglohablantes fueran notablemente mejores que los de los demás; y conociéndolo... tampoco. Por otro lado, creo que, a estas alturas, ese predominio del inglés debería ser motivo de reflexión, no de escándalo o rechazo. También antes de existir el Pinyin predominaban transcripciones basadas en lenguas con una tradición sinológica propia y floreciente, quenunca fue el caso del español pese a la labor de los jesuitas. Y lo mismo puede decirse de otras lenguas de escritura no latina.
Para el hispanohablante, el Pinyin no es, ciertamente, muy benévolo. En algunos casos, la lectura españolizada refleja bien el original (hao, ying, luo, nan, sun, ming, shou si admitimos que la secuencia sh es ya familiar para un hispanohablante de cultura media ); en otros, la pronunciación resultante dista mucho de él (zhong, qing, jian, xin, ren, chi, cuo),y es entonces cuando, si no funciona cierta intuición, se producen efectos aberrantes: todos hemos oído a los locutores de la televisión leer «en español» Mao Zedong. Para evitar este desagradable y desconcertante fenómeno, basta con ser consciente de lo que recordábamos más arriba: las letras del Pinyin son símbolos fonéticos de valor absoluto que o bien hay que aprender a pronunciar (cosa poco razonable para el público en general), o bien hay que relacionar con una pronunciación conocida y siempre aproximada (cosa relativamente fácil durante un período transitorio). Conviene, no obstante, señalar que las dificultades que plantean esas grafías existen también, en mayor o menor grado, para los hablantes de otraslenguas (incluido el inglés), y que si esas dificultades se acentúan en español, ello se debe a nuestra penuria en fonemas sibilantes y africados, inusual en el contexto europeo (y peninsular). De hecho, la pobreza fonológica del español hace prácticamente imposible crear una transcripción propia para una lengua de la riqueza del chino.
En efecto, difícilmente acertará quien lea con pronunciación española la sílaba zi («maestro» o «sabio»),que tanto abunda en la onomástica de la filosofía china; pero me pregunto cómo interpretaba antes un hispanohablante sus respectivas grafías inglesa (tzu)y francesa (tseu). ¿Y qué decir de sílabas tan pintorescas como tchouang, ch'üan, hsün o ch'ih? Además, la confusión y los posibles dobletes que esto pueda ocasionar al principio también existían antes. ¿Quién pondría la mano en el fuego sobre la «correcta» grafía anterior del nombre de Mao, transcrito ahora Zedong? ¿Las sílabas que lo componen van juntas, separadas o unidas por guión? ¿Se escriben con mayúscula inicial? ¿La primera lleva tilde? Salen, si no me equivoco, catorce combinaciones, y la mayoría de ellas, sin duda, se pueden documentar. Ahora basta con aprender (o copiar) la nueva forma y con saber que ésta se pronuncia, más o menos, como antes se pronunciaban las transcripciones «tradicionales».
En conclusión, el Pinyin es, posiblemente, el único método viable para que, en el futuro, la idiosincrasia de los caracteres chinos, tan estimulante y fascinante en otros sentidos, deje de ser un problema en las relaciones entre China y Occidente. Hace apenas un siglo bastaba con designar, cada uno a su manera, la capital del imperio y alguna que otra ciudad portuaria; hoy en día es indispensable contar con una fórmula sistemática, universal y totalmente abarcadora. Tal vez entendiéndoloasí yhaciéndose eco inmediato de la decisión del Gobierno chino, la Secretaría General de las Naciones Unidas estableció, mediante nota de 15 de junio de 1979, la introducción del Pinyin como transcripción del chino, lengua oficial en la Organización. La nota establecía asimismo un período transitorio durante el cual se añadiría la forma antigua entre paréntesis la primera vez que apareciera en un texto,con nueve ejemplos; en el caso de los instrumentos jurídicos con forma antigua, se adoptaba en nota la fórmula: «Denominado actualmente [...] en las Naciones Unidas». Unos diez años después, al ponerse China de moda, los medios informativos españoles empezaron a adoptar el Pinyin, con el dudoso efecto a que ya nos hemos referido. Por fortuna, los criterios se van consolidando, aunque queda bastante por hacer. Para ilustrarlo traemos a colación dos repertorios bien conocidos.
El Manual de español urgente de la Agencia Efe indica, en la entrada Pekín, que «deben mantenerse todos los topónimos con escritura y pronunciación de tradición secular en español», indicación no muy útil por bastante vaga. Por otro lado, en la sección « Normas sobre topónimos», dedica un segundo grupo de palabras a los nombres que, teniendo una equivalencia en español, aparecen con otras grafías« reclamadas por los Gobiernos respectivos con actitud anticolonialista»; en este caso, recomienda respetar la forma tradicional (normalmente inglesa) y poner entre paréntesis la forma castellana, pero aconseja, concretamente, mantener la grafía Pekín.Como es obvio, el colonialismo tiene muy poco que ver con el asunto, y la introducción del Pinyin en nada se asemeja a los casos, ya proverbiales,de Burkina Faso, Myanmar o Côte d'Ivoire; además, aunque los anglohablantes la pronuncien mejor, la grafía Beijing, a la quese alude implícitamente, no es la forma inglesa(ésta es Peking),sino la forma Pinyin.
El Libro de estilo de El País dedica una entrada entera al Pinyin, donde describe someramente el sistema y establece su adopción generalizada para la transcripción de los nombres chinos, con dos excepciones: las palabras que tienen una «ortografía tradicional» y otra serie de palabras en las que el periodista deberá respetar la forma que utilicen las diversas comunidades chinas del mundo, incluida Taiwan. Una vez más, las normas son equívocas y los ejemplos, aunque pertinentes, no cubren de forma suficiente la casuística de la que aquéllas deben dar cuenta.
Para avanzar por ese camino, propongo a continuación un conjunto de criterios que, aun estando encaminados a la adopción del Pinyin, contemplan también otras posibilidades y, desde luego, quedan supeditadas a un período transitorio para que la comunidad lingüística se oriente en la fronda de las nuevas grafías. Un poco al modo chino, se establecen tres criterios y, dentro de cada uno de ellos, cuatro supuestos (la forma Pinyin va en cursiva).
1. Adoptar directamente la forma Pinyin en los siguientes casos:
2. Mantener la otra forma, añadiendo opcionalmente la formaPinyin entre paréntesis, en los siguientes casos:
3. Utilizar la forma Pinyin, añadiendo la otra forma entre paréntesis la primera vez que aparece en un documento, en los siguientes casos:
El tiempo y el sentido común, así es de esperar, irán poniendo el resto.
Javier Yagüe