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NECROLÓGICA


Adiós al maestro

Con sus furiosos coletazos finales el otoño se llevó entre sus últimas hojas —en el momento en que cerrábamos nuestro número anterior—, a Valentín García Yebra, filólogo, catedrático de griego, académico de la Lengua y, ante todo, traductor y maestro de traductores1. Amante como era de la Naturaleza, del ineluctable compás de sus ciclos, de sus pájaros, de sus flores y de sus árboles, se fue como vivió, en armonía con el ritmo de las cosas y de los días.

En puntoycoma sentimos profundamente la pérdida que supone para la traducción la desaparición de un hombre como él, aunque, para consolarnos y poniéndonos pedantes, podríamos decir con su admirado Virgilio Sic sic iuuat ire sub umbras2, al contemplar la plenitud de su vida y la magnitud de su obra, o ampararnos en el manido cliché de que no ha muerto del todo, ya que, como el recio ramaje del árbol de su apellido (gustaba de explicar que «yebra» es el nombre celta del tejo de su tierra), su doctrina reverdece vigorosa en los miles y miles de traductores que aprendieron algo en sus clases o en sus libros y se lo transmiten a otros en las innúmeras traducciones que se hacen cada día en nuestra lengua.

En el prólogo a uno de sus últimos libros3, citaba Don Valentín estos versos «anónimos, con reminiscencias helénicas»:

El don de la palabra es lo más grande.

Lo que define al hombre

no es la bipedidad ni el ser implume.

Lo que define al hombre es la palabra.

Pudorosísimo como era, ocultaba así que esos versos eran suyos (de joven escribió muchos) y, nuevo Diógenes, se atrevía en ellos a contradecir a Platón, convencido de que el hombre es sobre todo palabra, como demostraría con creces dedicando su vida a la lengua, a aprenderla, a entenderla, a enseñarla, a pulirla, a enriquecerla con el caudal renovador de muchas otras. Podríamos extendernos largamente sobre su valiosa aportación a las diversas manifestaciones de la lengua, dentro y fuera de la Academia, pero aquí solo deseamos dejar constancia de su faceta de traductor y de teórico de la traducción4.

En cuanto a lo primero, recordemos que García Yebra practicó la traducción, de media docena de lenguas, durante casi setenta años. Empezó con la Medea5 de Séneca en 1940 y vertería otras obras del latín, como la Guerra de las Galias6 de César, o el Pro Marcello7 y el De amicitia8 de Cicerón. Del griego cabe destacar sus monumentales ediciones trilingües de la Metafísica9 y la Poética10 de Aristóteles. Del francés tradujo los seis volúmenes de una obra crítica capital en los años 50-70, Literatura del siglo XX y cristianismo11 de Moeller, y otras de menor envergadura como El realismo metódico12 de Gilson y la Filosofía del ser13  de De Raeymaeker. Del portugués destaquemos la Teoría de la literatura14 de Aguiar e Silva, y del italiano la Religiosidad popular en la Alta Edad Media15 de Oronzo Giordano. Del alemán fue su primera obra publicada, El velo de Verónica16 de Gertrud von Le Fort, a la que siguieron otras novelas, pero también filosofía, como Virgilio, padre de Occidente17 o La joroba de Kierkegaard18 de Haecker, y de filología, como la Lingüística griega19 de Brandenstein o Sobre los diferentes métodos de traducir20 de Schleiermacher. Como redactor de la sección extranjera de la revista Arbor, tradujo además numerosos artículos del alemán, del francés, del inglés, del portugués y del italiano.

Como teórico de la traducción García Yebra realizó una labor de auténtico fundador en nuestra lengua, y no solo porque disertara muy acertadamente sobre los principios por los que se debe regir el acto de traducir, sino porque, como traductor experimentado (empezó a teorizar cuando ya había traducido muchos miles de páginas), no entendió la teoría sin práctica ni la práctica sin teoría. Como lo atestiguan sus seminales obras Teoría y práctica de la traducción21, En torno a la traducción. Teoría. Crítica. Historia22, Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor23, Traducción: Historia y Teoría24 y más de un centenar de artículos25, ambos fenómenos son para él inseparables e interdependientes.

Para García Yebra no se puede hablar de traducción in abstracto, pues se trata de un hecho esencialmente lingüístico y su praxis es oficio artesanal en el que cada frase es intrínsecamente un aserto teórico. La formación del traductor reside en el trabajo continuo —«se hace sobre todo traduciendo»— y su excelencia en la posesión de tres conocimientos fundamentales: «el de la lengua original, el de la lengua a la que se traduce y el del tema tratado», a lo que cabe añadir una especie de sexto sentido, la intuición. Formulada ya en la primera edición de la Metafísica, su conocida regla de oro rezaba: «Una traducción debe decir todo lo que dice el original, no decir nada que el original no diga, y decirlo todo con la corrección y la naturalidad que permita la lengua a la que se traduce»26. Con el tiempo vino a resumirla en este dístico:

No omitir, no añadir, no adulterar.

Decirlo todo lo mejor posible.

Convencido de que la traducción es parte esencial de la cultura de los pueblos, concluye que la misión del traductor debe ser transmitirla fielmente. Su guía ha de ser el rigor científico, el fino discernimiento, la escrupulosidad en la expresión y la pulcritud de estilo. Maestro en el uso de la lengua correcta y pulida, quiere que esa lengua, la que respeta las normas y evita la afectación, sea la de la traducción. Y no desdeña la función creativa del traductor, a quien reconoce la legitimidad del neologismo.

García Yebra defendió estas ideas con tesón. Gracias a su empeño se creó en la Universidad Complutense de Madrid el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores —en el que se realizaron los primeros estudios académicos de traducción en España—; gracias a su esfuerzo se difundieron en España obras señeras de la traductología y la traducción27; gracias a su trabajo la traducción entró en la RAE por la puerta grande; gracias a su lucha se empezó a considerar la traducción una disciplina respetable: fue uno de los primeros defensores de los derechos del traductor, es decir, de su reconocimiento y valoración sociales y de su remuneración adecuada. Y, conferenciante infatigable, leyó ponencias y dirigió seminarios y talleres en muchas universidades y otros foros españoles y extranjeros.

Se le reconocieron todos estos méritos con varios galardones, como la Medalla de Oro de la Cultura (1996), el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra (1998), el Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades (2007), y el doctorado honoris causa de la Universidad de Atenas.

Sirvan estas líneas como modesto homenaje a la memoria de aquel maestro y caballero al que todos los profesionales de la traducción le estaremos siempre agradecidos. Los traductores españoles de las instituciones europeas no olvidaremos las visitas que hizo a Bruselas y Luxemburgo para ilustrarnos con su saber y su sabiduría (y para asistir en 2002 al estreno de su versión de la Medea de Séneca, a la que tenía un cariño especial28). Y tampoco olvidaremos al hombre correctísimo, cortés, noble, machadianamente bueno. Se le queda a uno un vacío muy grande cuando desaparece alguien como él, verdaderamente irremplazable. Un hombre de palabra.

Pollux Hernúñez
Comisión Europea
pollux.hernunez@ec.europa.eu

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

28.4.1917, Lombillo de los Barrios (en el Bierzo) — 13.12.2010, Madrid.

2

 Eneida IV 660.

3

El buen uso de las palabras (2009), Gredos.

4

Señalemos, no obstante, su asiduo trabajo en la Comisión de Consultas (que contesta a dudas sobre el uso de la lengua), en la de Ciencias Humanas (que revisa las voces del DRAE relacionadas con este sector lingüístico), y en la de Gramática (que preparó la NGLE), y sus obras Claudicación en el uso de preposiciones (1988, Gredos) o el Diccionario de galicismos prosódicos y morfológicos (1999, Gredos).

5

1964, 2001³, Gredos.

6

1945/1946, Gredos; 1968², Bruguera.

7

1946, Gredos.

8

1947, Gredos.

9

1970, 1982², Gredos. Premiada por el CSIC.

10

1974, Gredos.

11

 I: 1955, 19788; II: 1955, 19726; III: 1957, 19745; IV: 1960, 19734; V: 1975, 1978²; VI: 1995; Gredos. Galardonada en 1964 con un importante premio del gobierno belga.

12

1950, Rialp; 1997², Encuentro.

13

1954, Gredos.

14

1972, 200513, Gredos.

15

1983, 1995², Gredos.

16

1944, Afrodisio Aguado.

17

1947, Epesa.

18

1948, Epesa.

19

1965, Gredos.

20

1978, 343-392 en Filología moderna 63/64; 2000², Gredos.

21

1982, 1997³, Gredos. Premiada por la RAE, esta obra contribuyó al nombramiento de su autor como miembro de número de la misma en 1984.

22

1983, 1989², Gredos.

23

1985, 2004², Gredos (discurso de entrada en la RAE).

24

1994, Gredos.

25

Algunos recogidos en Experiencias de un traductor (2006), Gredos.

26

Prólogo, p. XL.

27

En junio de 1944, antes de licenciarse, fundó con tres amigos la editorial Gredos, de referencia ineludible en el campo de la traducción, la traductología, la didáctica de la traducción y la filología en nuestra lengua.

28

Solía contar que estuvo a punto de arrojar el manuscrito a una papelera al salir de la editorial en la que, tras semanas de espera, le acababan de decir que aquello no interesaría a nadie. Tenía 23 años. Y siguió traduciendo.

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