capítulo precedentecapítulo siguientePágina principal

RESEÑAS


Deux étés

Erik Orsenna
Fayard, París, 1997, 199 pp.

«Il était là, dans son monde, et
traduisant on ne savait quoi
»
Erik Orsenna

Probablemente, Deux étés, el libro de Erik Orsenna que apareció el verano pasado, no alcance nunca la categoría de libro ferroviario tal como la entiende Félix de Azúa; muy probablemente, añado yo, tampoco merezca ser relegado a la categoría de libro de aeropuerto. Deux étés es una novela breve, con regusto a sal marina, que posee dos raras virtudes: dejarse leer de un tirón y hacer que uno acabe apreciando a los personajes que le dan vida.

Es innegable el talento de Orsenna para recrear con palabras el paisaje lleno de contrastes, aromas y colores de la minúscula isla de Bréhat, escenario de otra recreación que trenza el nudo del relato: traducir Ada o el ardor al francés. Es difícil no sentir afecto por un ser como Gilles, refugiado con sus incontables gatos en la isla, al que asaltan la dificultad del texto de Nabokov y el vértigo del plazo de entrega de su trabajo, que se unen para sumirlo en un estado de indolencia y dejadez del que sólo le sacarán la amistad y la complicidad de los habitantes de Bréhat en los dos veranos que dan título a la obra3.

A lo largo de esos dos veranos, los pobladores habituales y ocasionales de la isla intentan que Gilles entregue su versión al editor (curiosamente, la rivalidad bretona contra el inglés en que está escrito el libro de Nabokov se trueca en coalición con Gilles por odio a los editores, que son, cómo no, de París). Todos recurren a sus conocimientos lingüísticos e incluso a los mensajes por radio para pedir ayuda a la «francofonía» del mundo entero, capitaneados por una pariente lejana de Saint-Exupéry, suerte de lánguida Penélope de la isla, y con la participación, entre otros, de un ex pianista argentino, a los que se une un heterogéneo coro de universitarios que nunca acaban sus tesis, parejas de turistas, viejas intrigantes, marineros, el servicio de correos, etc.

Al eje central de la novela le añade Orsenna una serie de notas, de apuntes o esbozos de ideas como la reflexión sobre la libertad, la soledad, el poder de la imaginación, la riqueza verbal de la gente llana, y, naturalmente, sobre la tarea del traductor -«los traductores son corsarios» espeta Gilles al cura de la isla; o, más adelante: la traducción es una operación dolorosa que se asemeja a la cirugía- y sobre el papel que desempeñan los traductores en la difusión de la cultura. Pero también aparece levemente sugerido el problema de la progresiva desaparición de las lenguas, el surgimiento de un futuro «logos reunificado» que aboliría la dichosa maldición de Babel, etc.

De fondo, el lector vislumbra, como hace Orsenna en su novela, la célebre foto de Nabokov intentando atrapar una mariposa esquiva, metáfora de las dificultades que atraviesan Gilles y los traductores «aficionados» para trasladar a su lengua la sensualidad y las caprichosas piruetas del vuelo de Ada o el ardor. Esas mariposas, criaturas efímeras sin cuya presencia no pueden traducir, sirven de contrapunto tanto al imperativo mercantil y la vocación de «eternidad» que acucian al editor como a la inseguridad, la lentitud y la manía perfeccionista de Gilles.

Miguel A. Navarrete
miguel.navarrete@ec.europa.eu




3. Los lectores interesados en conocer algunas ideas de Erik Orsenna sobre la traducción y los traductores, así como sobre las raíces de Deux étés, pueden remitirse a la conferencia que el autor pronunció con motivo de los encuentros sobre traducción literaria celebrados en Arles en 1992: «Nabokov et l'île de Bréhat» (publicada en Neuvièmes assises de la traduction littéraire (Arles 1992), Actes Sud, 1993, pp. 19-27).




























capítulo precedentecapítulo siguientePágina principal