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DEBATES: SEXISMO LINGÜÍSTICO


Sin zanjar definitivamente el debate sobre el sexismo lingüístico, pero con ganas de hacer una pausa, os ofrecemos, a modo de primer balance sobre este tema, un artículo de Álvaro García Meseguer, profesor del CSIC, fundador de Retelengua (véase la sección "Comunicaciones" de este número) y especialista en este asunto del sexismo lingüístico, sobre el que ha publicado dos libros. El más reciente (¿Es sexista la lengua española? Una investigación sobre el género gramatical.Papeles de comunicación, 4. Barcelona: Paidós, 1994") es el estudio más completo y actualizado sobre este tema.

Lenguaje y discriminación sexual en la lengua española

(Ponencia dentro de las Jornadas sobre La imagen de las mujeres en los medios de comunicación, Madrid, 11 y 12 de noviembre de 1996)

1.- Introducción: Lo que podemos decir condiciona lo que podemos pensar

La lengua que hablamos es, a la vez, un producto y una energía. Como producto, nos viene dado por las generaciones anteriores y nuestras posibilidades de modificarlo son bastante reducidas. Como energía, conforma nuestra mente en alguna medida. Nuestros pensamientos, para poder ser comunicados a otro, han de verterse primero en unos moldes predeterminados que están constituidos por el modo particular en que está estructurada la lengua que hablamos. De este hecho fundamental no nos damos cuenta, al igual que el miope no ve las gafas que le sirven para ver.

Para ejemplificar lo dicho conviene recurrir a lenguas muy alejadas de la nuestra, ya que las próximas están construidas sobre bases muy similares a las del español (como dice el gran lingüista danés Jacob Mey: En europa todos hablamos el mismo idioma, el indoeuropeo). Los ejemplos que siguen están tomados de diversas fuentes (Ignacio Bosque y Benjamín L. Whorf).

  1. Hay lenguas que expresan con verbos lo que nosotros expresamos con adjetivos. En vez de decir La blanca pared o la pared es blanca sus hablantes dicen algo así como La pared blanquea, el coche azulea (en vez de el coche es azul), etc. Lo que para nosotros es una cualidad estática (adjetivo) para ellos es una cualidad dinámica (verbo).
  2. Hay lenguas que expresan con verbos lo que nosotros expresamos con nombres. En vez de decir Allí hay una montaña y aquí un lago sus hablantes dicen algo así como Allí la tierra montañea y aquí laguea. Lo que para nosotros es una sustancia (nombre) para ellos es un fenómeno (verbo).
  3. Nuestra gramática trata el tiempo como algo absoluto, le otorga una dimensión, lo mide en unidades diversas (segundo, minuto, hora...). Además, hacemos de continuo un intercambio entre conceptos temporales y conceptos espaciales, como puede comprobarse al observar que en la vida diaria utilizamos expresiones temporales con valor espacial y viceversa (por ejemplo: el par antes/después, de valor temporal, lo utilizamos espacialmente en expresiones como Mi nombre está antes que el tuyo en la lista; y el par delante/detrás, de valor espacial, lo utilizamos temporalmente en expresiones como La clase de física va detrás de la de matemáticas). En fin, nuestros verbos tienen pasado, presente y futuro, lo que induce en nosotros una imagen del tiempo como si fuese un segmento lineal con un punto central (presente), un tramo hacia adelante (futuro) y otro hacia atrás (pasado).

En contraste con todo eso, hay gramáticas, como la hopi, que tratan el tiempo como algo esencialmente relativo. No poseen numerales de tiempo sino tan sólo ordinales. Un hopi puede decir tres caballos o cuatro casas porque en la realidad física pueden aparecer juntos tres caballos o cuatro casas; pero no puede decir nada equivalente a nuestros tres días o cuatro meses porque en la realidad física esos entes no pueden darse a la vez. Una frase como Estuvieron prisioneros durante tres días se diría en hopi algo así como Fueron liberados después de la tercera luna, es decir, apoyándose en refrentes de valor relativo y no absoluto. En cuanto a los verbos en hopi, no tienen tiempos. Se organizan en torno a dos conceptos que cabría asimilar a nuestros modos indicativo y subjuntivo. El primer modo se utiliza para expresar todo lo que es o ha sido accesible a los sentidos, es decir, equivale más o menos a la suma de nuestro presente más nuestro pasado; y el segundo modo se reserva para todo lo que no tiene correspondencia con la realidad física, es decir, para expresar deseos, espectativas, temores.... todo aquello que nosotros expresamos en tiempos verbales de futuro, o condicional, o subjuntivo. Con esta estructura, la lengua hopi es capaz de expresar cualquier cosa (cosa que sucede con todas las lenguas; para lo que estamos analizando, resulta muy simplista pensar que hay lenguas "primitivas" y lenguas "civilizadas"). Whorf llegó a decir que comparar el hopi con el inglés es como comparar un fino estilete con un grosero bastón; y que el hopi estaba mejor preparado que nuestras lenguas para enunciar la teoría de la relatividad de Einstein.

Con este exordio he querido preparar a quienes me escuchan para que sus mentes abandonen la rutina habitual en lo que se refiere a manejo del lenguaje, y se articulen de forma flexible y abierta. Sólo de este modo es posible abordar de forma rigurosa el estudio del sexismo lingüístico.

2.- Análisis del sexismo lingüístico

Para lo que aquí nos interesa analizaremos los siguientes aspectos:

3.- Definición de sexismo lingüístico

Un hablante incurre en sexismo lingüístico cuando emite un mensaje que, debido a su forma (es decir, debido a las palabras escogidas o al modo de enhebrarlas) y no a su fondo, resulta discriminatorio por razón de sexo. Por el contrario, cuando la discriminación se debe al fondo del mensaje y no a su forma, se incurre en sexismo social.

Una misma situación de la realidad, sexista o no, puede describirse con un mensaje sexista o no. Sexismo social y sexismo lingüístico están relacionados entre sí pero no deben identificarse.

Ejemplos: Quien diga que Las mujeres son menos inteligentes que los hombres incurrirá en sexismo social pero no en sexismo lingüístico. La frase A la manifestación acudieron muchos funcionarios y también muchas mujeres describe una situación no sexista con una frase sexista. A sensu contrario, la frase El consejo estaba compuesto por once varones y tres mujeres describe una situación sexista con una frase no sexista.

4.- Formas de sexismo lingüístico

Hay dos esencialmente, el sexismo léxico y el sexismo sintáctico. Se incurre en el primero por razón de utilizar ciertas palabras que pueden identificarse aisladamente. Se incurre en el segundo cuando la discriminación se debe a la forma de construir la frase y no al empleo de una cierta palabra aislada.

El estudio del sexismo léxico puede dividirse en doce campos: tratamientos de cortesía, pares incorrectos, duales aparentes, olvido de la mujer, nombres y apellidos, vacíos léxicos, vocablos ocupados, tacos e insultos, chistes y refranes, palabras androcéntricas, la voz hombre y, finalmente, cargos, oficios y profesiones. Para un análisis detallado puede verse el capítulo 1 de mi libro ¿Es sexista la lengua española? publicado por Paidós, Barcelona, 2ª ed. 1996.

En cuanto al sexismo sintáctico, es más importante y significativo que el léxico, pues revela en quienes incurren en él un arraigo más profundo de la mentalidad patriarcal que yace en el fondo de sus subconscientes. Como el anterior, es un fenómeno en el que se cae de forma inadvertida. Por ello, el primer fruto que se obtiene al estudiar el sexismo lingüístico es descubrir las raíces androcéntricas de nuestra propia mentalidad. Por ello también, conviene, de una parte, estar prevenidos para no incurrir nosotros en sexismo lingüístico; y de otra, analizar cuidadosamente cada caso antes de acusar a otro de sexismo lingüístico, ya que, como veremos, podría resultar que el sexista es el acusador y no el acusado.

Hay tres formas de sexismo sintáctico: estereotipos sexistas, androcentrismo u óptica de varón, y salto semántico, cuya descripción puede verse en el capítulo 2 de la obra citada. Aquí daremos tan sólo un ejemplo de cada forma.

Estereotipo: El fiscal resultó ser una mujer, bastante guapa por cierto (de haber sido un varón no se habría dicho el añadido final)

Androcentrismo: Gente que sólo busca su pan, su hembra, su fiesta en paz (se identifica gente con un colectivo de varones)

Salto semántico: Los ingleses prefieren el té al café. También prefieren las mujeres rubias a las morenas (de una frase a otra, la voz ingleses salta semánticamente de colectivo de personas a colectivo de varones).

5.- La importancia del contexto

Imagine el lector que se le presenta un texto de dos párrafos, el primero de los cuales reza así:

En una carretera secundaria, sin casas a la vista y en plena lluvia, se pinchó una rueda de mi viejo y destartalado coche. ¡Qué contratiempo! Abro el maletero y lo primero que observo es que no está el gato. ¿Cómo es posible?

siendo éste el segundo párrafo:

Pronto caigo en la cuenta de que debí perderlo cuando hice una parada para ajustar el equipaje, que iba dando tumbos. ¿Cómo explicar a mi llegada a mi hija Marta que no le traía el gatito persa chinchilla que había prometido comprarle?

Probablemente, al leer el segundo párrafo el lector ha sentido una especie de clic en su cabeza. En efecto, el contexto del primer párrafo le había llevado a interpretar la palabra gato en un sentido que hubo de ser rectificado al acabar la lectura.

Este sencillo ejemplo ilustra la importancia del contexto en la forma de captar cualquier mensaje verbal o escrito. El contexto juega en la comunicación un doble papel. Por un lado, nos servimos de él en forma consciente para ahorrarnos palabras; así por ejemplo, la frase Tarda mucho es suficiente en los casos en que el contexto del hablante y del oyente indica con claridad de qué persona se está hablando. Por otro lado, somos prisioneros del contexto de forma inconsciente, lo que nos conduce en ocasiones a emitir mensajes sin percatarnos de que pueden ser captados por el oyente en forma distinta a como imaginábamos; o visto desde el otro lado, a interpretar mensajes de una cierta manera, sin percatarnos de que la intención comunicativa del hablante era distinta a la que hemos imaginado.

Pues bien, tanto cuando escribimos (o hablamos) como cuando leemos (o escuchamos), a la hora de juzgar el posible sexismo lingüístico de una frase debemos tener en cuenta, de una parte, el contexto propio, y de otra, cualquier otro posible contexto en que pueda estar colocado el lector o el autor, respectivamente. Sólo así seremos positivos en la lucha contra el sexismo y sólo así evitaremos incurrir en acusaciones de sexismo que pudieran resultar infundadas.

6.- Las cuatro etapas del sexismo lingüístico

Históricamente, el sexismo lingüístico ha recorrido las siguientes etapas:

1ª etapa: Se desconoce su existencia. No se detecta el sexismo lingüístico. Esta etapa ha durado en España hasta mediados de los años setenta.

2ª etapa: Se descubre el sexismo lingüístico y su existencia comienza a difundirse en la sociedad. Esta etapa en España se ubica en torno a 1980.

3ª etapa: El feminismo intenta crear estrategias para combatir el sexismo lingüístico. Se publican recomendaciones al respecto. Estamos a mediados de la década de los ochenta.

4ª etapa: Corresponde al momento actual. Se hacen patentes los inconvenientes que trae consigo el seguir las recomendaciones anteriormente mencionadas y se crea un conflicto entre dos bandos, quienes defienden esas normas y quienes las atacan. De manera simplista podemos decir que a los primeros les importa más la mujer que el lenguaje y que a los segundos les sucede lo contrario.

En lo que sigue expondré algunas claves para arrojar alguna luz sobre este problema.

En la 3ª etapa se cometió un doble error. De un lado, se pensó que en el sexismo lingüístico jugaban sólo dos elementos, el hablante y la lengua como sistema, por lo que se dió por sentado que el origen del sexismo radicaba en ambos y no en ningún otro lugar. De otro, se identificó el género gramatical femenino con el sexo mujer, y sobre ese supuesto se construyeron las diversas recomendaciones que hoy conocemos para el uso no sexista de la lengua.

El problema se clarifica cuando se descubre que los elementos que juegan en el asunto no son únicamente dos, sino tres: el hablante, el oyente y la lengua como sistema; y cuando se descubre cuáles son las relaciones, en la lengua española, entre el género gramatical de una palabra y el sexo de su referente en la realidad. De ambas cosas trataré por separado a continuación.

7.- El sexismo del oyente

De un periódico gallego transcribo a continuación un largo titular, muy destacado, que ocupa dos líneas. La primera dice:

Treinta y seis jóvenes competirán esta noche

Esta línea presenta una infomación parcial que el lector espera ver completada en la segunda línea. En efecto, la información se completa así:

por el título de Miss España en el Coliseo

Si al leer la segunda línea Vd lector ha experimentado en su interior un clic análogo al que antes mencioné a cuento del ejemplo del gato, eso significa que su subconsciente es sexista. Porque obsérvese que la palabra jóvenes no tiene marca de sexo, ampara por igual a mujeres y a varones. Un subconsciente no sexista habría mantenido desde el principio abierta la doble posibilidad, con lo que la lectura de la segunda línea habría producido una simple precisión pero sin provocar ningún tipo de clic. El clic surge cuando, a la vista de la palabra jóvenes en la primera línea, nuestro cerebro la capta inconscientemente como si significase jóvenes varones, lo cual explica que, al leer la segunda línea, hayamos tenido que rectificar nuestra primera impresión.

Denomino a este fenómeno sexismo del oyente, resultando obvio que en este caso el hablante está totalmente libre de sexismo. Con mayor precisión puedo añadir ahora que se incurre en sexismo del oyente en cualquiera de los dos casos siguientes:

a) cuando el oyente interpreta con sesgo sexista una expresión no sexista (caso al que corresponde el ejemplo que acabo de exponer, en el cual hay sexismo del oyente y no del hablante); y

b) cuando el oyente no detecta el sexismo del hablante (caso en el que se dan simultáneamente ambos sexismos, del hablante y del oyente).

Pues bien, el origen del sexismo lingüístico reside siempre sea en el hablante sea en el oyente, pero no en la lengua española como sistema. Esta afirmación no es extrapolable a otras lenguas, ya que algunas de ellas poseen una estructura tal que, en ocasiones, es la propia lengua la que induce al sexismo. Un ejemplo de ello es el inglés, idioma que no conoce el género gramatical y que, en cambio, posee marcas directas de sexo, especialmente patentes en su sistema pronominal. Para mayor detalle, véase mi libro tantas veces citado.

Quienes opinen lo contrario de lo que acabo de decir confunden el género con el sexo, confusión en la que yo mismo caí cuando publiqué mi primer libro sobre la materia (Lenguaje y discriminación sexual, publicado por Montesinos, Barcelona, 3ª ed. 1988). Veámoslo con más detalle.

8.- La confusión entre género y sexo

Si se pregunta a cualquier hablante de español si es posible que la siguiente frase aparezca en una conversación de forma correcta o si, por el contrario, es una frase siempre incorrecta:

Todas eran varones.

la respuesta será, con gran probabilidad, que es una frase incorrecta. De ser así, estará revelando que confunde el género con el sexo y que su mentalidad sexista le impide imaginar contextos en los que la frase encaje. Obsérvese:

La epidemia ocasionó nueve víctimas. Todas eran varones.

Una vez más, la importancia del contexto y el olvido de posibles contextos. Estamos tan acostumbrados a que los pronombres de género femenino tengan como referente a una mujer que no caemos en la cuenta, ni siquiera con una reflexión previa, de que en español la concordancia se establece por género y no por sexo. Ciertamente, el pronombre todas se usa muy a menudo con referencia a mujeres, pero no siempre. Lo que sí sucede siempre es que hay concordancia de género entre palabras; y como hay palabras que, siendo de género femenino, no tienen marca de sexo (en el ejemplo, la palabra víctimas) el resultado es el que acabo de exponer y revela cómo la sociedad hispanohablante (al igual que otras muchas sociedades cuyas lenguas poseen género) identifica género con sexo.

Este fenómeno de confusión género-sexo se da también en otros idiomas, como tuve la ocasión de comprobar por medio de un sencillo experimento que describiré a continuación.

En dos escuelas diferentes de educación primaria se pidió a los alumnos (niños y niñas de unos siete u ocho años) que hiciesen un dibujo sobre el siguiente tema: Cuchara y tenedor se casan. Hacer un dibujo de la boda. El resultado fue el siguiente: en una de las escuelas, la totalidad de los dibujos representaban al tenedor como novio y a la cuchara como novia; en la otra, tan sólo la mitad de los dibujos mostraban esa configuración, en tanto que la otra mitad mostraban al tenedor de novia y a la cuchara de novio.

La explicación es bien sencilla. La primera era una escuela española y la segunda una escuela alemana. En alemán, al contrario que en español, la palabra cuchara (Löffel) es de género masculino y la palabra tenedor (Gabel) es de género femenino. Al repetir el mismo ejercicio en una escuela catalana (en catalán, los dos términos, cullera y forquilla, son de género femenino) se repitió el resultado 50-50 de la escuela alemana.

Lo que este experimento demuestra es que la lengua proyecta unas ciertas imágenes hacia la realidad. Nada de extraño tiene por ello el que los hablantes identifiquen de forma rutinaria el género con el sexo. Pero la lengua española, como sistema, no tiene ninguna culpa de eso, ni de que exista el sexismo lingüístico. La culpa, si alguien la tiene, es de la cultura patriarcal que hemos heredado, del contexto patriarcal en el que todos nos encontramos inmersos.

9.- Relaciones entre género gramatical y sexo

Desde el punto de vista del género los nombres en español se pueden dividir en dos grandes grupos según la forma de la palabra. De un lado, encontramos palabras de doble forma que son aquellas que, con una misma raíz, se desdoblan en dos según terminen en -o o en -a (muchas, aunque no todas; pero lo relevante es que la raíz es común), como por ejemplo amigo-amiga; hermano-hermana; pintor-pintora; etcétera. De otro lado, encontramos palabras de forma única que son aquellas que no tienen pareja, son palabras morfológicamente aisladas, como por ejemplo mesa (no existe meso), montaña (no existe montaño), lápiz, papel, etc.

La mayor parte de las palabras de doble forma pertenecen al mundo animado y sólo una pequeña parte pertenece al mundo inanimado (como farol-farola; charco-charca; cesto-cesta). Inversamente, la mayor parte de las palabras de forma única pertenecen al mundo inanimado y sólo una pequeña parte (como bebé, víctima, persona) pertenece al mundo animado. Como aquí nos interesa tan sólo este último, dejaremos de lado el mundo inanimado y pasaremos ahora a clasificar (siempre desde el punto de vista del género) las palabras del mundo animado en dos grupos, el segundo de los cuales posee tres subgrupos. Tras clasificarlos, veremos qué valor semántico tiene el género en cada grupo.

Grupo 1: Palabras de doble forma

En este caso, una forma es de género masculino y la otra de género femenino. Ejemplos: amigo-amiga, hermano-hermana, etc.

Grupo 2: Palabras de forma única

Grupo 2.1: de género masculino. Ejemplos: semental, cura, comandante, ejército

Grupo 2.2: de género femenino. Ejemplos: odalisca, ninfa, institutriz, tropa

Grupo 2.3: de género común. Ejemplos: testigo, joven, inteligente, periodista

Las palabras del grupo 2.3 admiten ambos artículos, es decir, pueden funcionar con género masculino o con género femenino.

Pues bien, las relaciones entre género y sexo en español son las siguientes:

En el Grupo 1 la voz femenina designa siempre mujer y la voz masculina puede designar, según el contexto, varón o persona (sexo no marcado), tanto en singular como en plural.

En el grupo 2.1 todas las palabras son de género masculino. Las que designan a un colectivo (ejército, comité, etc) evidentemente no marcan sexo (el hecho de que el ejército de muchos países no admita a mujeres no cambia lo dicho; cuando las admita, la palabra no cambiará, lo cual prueba que la palabra ejército no marca sexo en sí misma). En cuanto a las que designan a individuos, el sexo del referente de estas palabras puede ser cualquiera, ya que se dan las tres posibilidades:

· semental, cura, eunuco designan varones

· penco, putón, marimacho designan mujeres

· personaje, bebé, ser designan persona (sexo no marcado).

En el Grupo 2.2 sucede algo muy parecido pero complementario. Aquí todas las palabras son de género femenino. Las que designan a un colectivo (clase, comisión, etc) evidentemente no marcan sexo. En cuanto a las que designan a individuos, el sexo del referente de estas palabras puede ser cualquiera, ya que se dan las tres posibilidades:

· institutriz, ninfómana, amazona designan mujeres

· maricona, mariposa, santidad designan varones

· persona, víctima, criatura designan persona (sexo no marcado).

En el Grupo 2.3 pueden suceder dos cosas. Si estas palabras llevan artículo o cualquier otra palabra concordante que les otorgue género, se comportan semánticamente como las del grupo 1; así por ejemplo, el testigo - la testigo se comporta igual que el amigo - la amiga. Pero si no llevan artículo ni otra palabra que les otorgue género, mantienen su valor de género común y, por consiguiente, no marcan sexo.

Hemos acabado así el estudio de las relaciones género-sexo, del cual podemos sacar bastantes enseñanzas prácticas relacionadas con el sexismo. En particular, podemos descubrir hasta qué punto incurrimos nosotros mismos en sexismo del oyente. Para ello y a título de ejemplo, consideremos qué imágenes evocan en nosotros las siguientes frases:

· Su colega de despacho resultó ser espía

· Se necesita periodista inteligente

· La Guardia Civil detiene a cinco terroristas

· ¿Es cierto que eres homosexual? ¡Confiésalo, cobarde!

Si alguna de estas frases nos ha parecido que se refería únicamente a varones, hemos incurrido en sexismo del oyente, ya que todas las palabras animadas en estas frases son de género común (grupo 2.3) y, al no ir acompañadas de artículo, no poseen un género explícito ni mucho menos poseen marca de sexo.

Consideremos ahora las siguientes frases:

· Los bebés se movían inquietos en sus cuna

· Las huelgas de médicos causan mucho daño a los ciudadanos

· Es un lince para los negocios y un atún para los estudios

· A ese pobre cura le ha tocado una parroquia llena de pendones

Cualquier español entiende que las dos primeras frases amparan a ambos sexos, que la tercera puede referirse a un varón o a una mujer indistintamente y que la cuarta alude a un varón primero y a unas mujeres después. Y sin embargo, todas las palabras de esas frases tienen el mismo género, son masculinas. Queda claro, por tanto, que la afirmación El género masculino oculta a la mujer es un simplismo. Donde reside la cuestión no es en la lengua en sí, sino en el contexto del oyente.

(Recomiendo al lector que se entretenga en clasificar las palabras animadas de los ejemplos anteriores según los grupos anteriormente comentados. Verá que hay dos palabras del grupo 1 y cinco palabras del grupo 2.1, siendo estas cinco de diverso valor semántico en cuanto al sexo del referente).

De forma complementaria, considérense ahora las siguientes frases:

· Las criaturas jugaban alborozadas

· Es una hiena para los negocios y una paloma para su familia

· Esa pobre institutriz no sabe que está casada con una maricona

Como en el caso anterior, cualquier español entiende todas estas frases y sabe que la primera ampara a ambos sexos, que la segunda puede referirse a un varón o a una mujer indistintamente y que la tercera alude a una mujer primero y a un varón después. Y sin embargo, todas las palabras de estas frases tienen el mismo género, son femeninas. La afirmación El género femenino alude a mujer cae, pues, por tierra.

10.- Sexismo lingüístico, sensibilidad feminista y ambigüedad semántica

A la hora de analizar un determinado texto conviene distinguir estos tres conceptos y no mezclarlos entre sí. Para ello, el análisis debe seguir el siguiente orden:

a) ¿Ha sido ambiguo el hablante?

b) ¿Ha incurrido en sexismo lingüístico?

c) Si la respuesta a b) es negativa, ¿ha mostrado sensibilidad feminista?

Veamos algunos ejemplos. Julián Marías, en la 3ª del ABC del 08.06.95 publicaba una semblanza de Emilio García Gómez. A ella pertenece la siguiente frase:

Emilio García Gómez es uno de los hombres más sabios de España o de cualquier país

¿Es ambigua la frase? La respuesta es afirmativa, ya que el lector no puede saber el valor de la voz hombre. ¿Alude a varón o alude a persona? La cuestión es relevante, ya que el elogio que esta frase supone para García Gómez es menor en el primer caso (ser uno de los varones más sabios de España) que en el segundo (ser una de las personas más sabias de España) al multiplicarse por dos la población escogida como referencia.

¿Es sexista la frase? La respuesta es negativa. Marías no ha incurrido aquí en sexismo lingüístico. Pero (y con esto pasamos a la tercera cuestión) tampoco ha mostrado sensibilidad feminista, al dar pie a una posible interpretación de su frase que excluye a la mujer del discurso.

Analicemos ahora esta frase de Camilo José de Cela, perteneciente a su artículo "Una semanita fuera de casa" (ABC, 29.11.94, pág. 15):

El político que no deja a la mujer en casa acaba siendo fagocitado por ella

La frase no es ambigua, ya que resulta evidente que está hablando de un político varón. Tampoco es sexista. Pero desde luego no muestra la menor sensibilidad feminista por la misma razón antes mencionada, es decir, por excluir a la mujer del universo del discurso.

A cuento de esta frase quiero ahora mencionar algo que habitualmente se olvida. Me refiero al hecho de que las palabras rara vez tienen un significado por sí mismas consideradas aisladamente, sino que adquieren su significado por contraste con otras palabras. Para mostrarlo, voy a sustituir en la frase anterior la palabra mujer por la palabra codicia. Resulta así la siguiente frase:

El político que no deja a la codicia en casa acaba siendo fagocitado por ella

A diferencia del caso anterior, ahora la palabra político no tiene marca de sexo, alude a cualquier político, mujer o varón. Al eliminar la palabra mujer ha desaparecido el contraste que nos llevaba a interpretar político como político varón en la frase inicial.

El mismo fenómeno puede explicarse a partir de la siguiente frase de Hölderlin:

El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona

En esta frase, cualquier mente lingüísticamente sana capta la palabra hombre en su sentido genérico, es decir, valiendo por persona. Pero supongamos que junto a Hölderlin hubiese una ardiente y poco reflexiva feminista que, al oír su frase, hubiese añadido lo siguiente:

¡Y la mujer también, señor Hölderlin! ¡No sea Vd machista!

Automáticamente, por el mero hecho de añadir este enunciado al anterior, la palabra hombre de Hölderlin habría pasado a significar varón (por contraste con mujer) con lo que la feminista habría legitimado, al menos en apariencia, su acusación. Pero claro, esto sería como introducir un as en la manga de nuestro compañero de juego de póker y acusarle seguidamente de tramposo. Es evidente que, en casos como éstos, la falta que se denuncia no es tal, sino que está originada por el propio acusador. Lo que aquí ha sucedido, en realidad, es que nuestra imaginaria feminista, al escuchar a Hölderlin, ha incurrido en sexismo del oyente por haber interpretado como sexista una frase que no lo era. Este fenómeno se está produciendo entre nosotros todos los días y origina buenas polémicas, absolutamente estériles.

Pero volvamos a la frase de Cela. Si el escritor hubiese tenido sensibilidad feminista, en vez de escribir:

El político que no deja a la mujer en casa acaba siendo fagocitado por ella

habría escrito:

El político que no deja a su pareja en casa acaba siendo fagocitado por ella

con lo que la afirmación habría resultado aplicable a toda persona política, de uno u otro sexo.

Ahora bien, cabría objetar a lo que acabo de decir que, con esta propuesta, hemos falseado la intención de Cela, ya que él quería referirse precisamente a los varones y sólo a ellos. Bien, en tal caso habría podido escribir esto:

El político varón que no deja a la mujer en casa acaba siendo fagocitado por ella

frase que, respetando la intención del escritor, está rezumando feminismo, ya que el lector, al leer la expresión político varón (que, ciertamenente, no es muy frecuente) habría pensado de paso, en el fondo de su subconsciente, algo así: Bueno, claro, también hay políticos mujeres... Es decir, con el empleo de lo que denomino masculino específico (en este caso, la expresión político varón) lo que se consigue es un efecto indirecto que desemboca en resaltar la existencia de la mujer, precisamente porque su ausencia queda resaltada. Es sexista el que la mujer esté invisible en el discurso porque entonces no se nota su ausencia; por el contrario, es exquisitamente feminista el que se resalte que la mujer está ausente del discurso. El enemigo es la invisibilidad, no la ausencia.

Como último ejemplo analizaremos la siguiente frase de Francisco Umbral, perteneciente a su artículo "El dandy y la beata" (El Mundo, 25.02.95, pág. 84):

Decía Romanones que lo primero para ser político es tener una buena voz; y una buena voz nace siempre de unos espermatozoides peleones y bravitos

De forma análoga a la frase de Cela, aquí es la palabra espermatozoides la que, por contraste, otorga a político el significado de político varón. La frase no es ambigua. Tampoco Umbral puede ser acusado de haber incurrido en sexismo lingüístico (aunque esto es algo discutible, ya que depende del oyente; personalmente estimo que hay aquí salto semántico). Pero lo que está muy claro es que con esta frase Umbral no ha mostrado tener la menor sensibilidad feminista. Sí la habría mostrado de haber escrito cualquiera de las dos frases siguientes, la primera genérica y la segunda específica en cuanto al colectivo a que se alude:

Decía Romanones que lo primero para ser político es tener una buena voz; y una buena voz nace siempre de unos genes peleones y bravitos

Decía Romanones que lo primero para ser político es tener una buena voz; y una buena voz nace siempre, en los varones, de unos espermatozoides peleones y bravitos.

11.- Cómo crear neologismos para mujer

Para terminar, unas palabras sobre el problema de los neologismos.

Es un hecho que, cuando un hablante necesita una palabra que todavía no existe en la lengua ordinaria, su tendencia natural le lleva a crear un neologismo actuando por analogía con otras palabras parecidas. En el caso, muy común hoy día, en que se necesita un neologismo para expresar un oficio, profesión, etc que hasta ahora han desempeñado tan sólo los varones (y que, por consiguiente, no dispone todavía de una etiqueta lingüística propia de la mujer) hay una tendencia general a feminizar la forma masculina. Pero esto es tan sólo una posibilidad de entre tres, ya que la lengua nos ofrece tres modelos distintos entre los cuales podemos escoger. Lo ilustraremos con un ejemplo.

Supongamos que se trata de crear un neologismo para mujer de las tres palabras siguientes: obispo, piloto, sobrecargo. La primera posibilidad es feminizar la forma masculina, siguiendo el modelo amigo-amiga, pintor-pintora que es, ciertamente, el más frecuente en nuestra lengua. El resultado sería obispa, pilota, sobrecarga. La primera, obispa, parece aceptable, a diferencia de las otras dos que no lo parecen. En efecto, pilota parece sonar mal y sobrecarga es vocablo ya ocupado con otro significado.

La segunda posibilidad es comunizar la forma masculina, tomando como modelo palabras de género común, como periodista, testigo, amante. El resultado sería la obispo, la piloto, la sobrecargo palabras que podrán gustar más o menos pero que parecen aceptables todas ellas.

La tercera posibilidad es androginizar la forma masculina, tomando como modelo palabras de género masculino pero que no comportan marca de sexo, al estilo de bebé, personaje, ser. El resultado sería el obispo, el piloto, el sobrecargo que podría decirse por igual de un varón o de una mujer. Esta tercera posibilidad parece que tendría menos probabilidades de arraigar en el habla.

Como los tres tipos de palabras modelo que acabamos de mencionar tienen una frecuencia distinta en nuestra lengua (alta para el primer caso, media para el segundo, baja para el tercero) es lógico pensar que los hablantes, para cada caso particular de neologismo, tantearán la posible solución siguiendo precisamente el orden indicado. Es decir, sólo en el caso de que el primer modelo no satisfaga por cualquier razón se pasará al segundo, y análogamente, sólo si este no satisface se pasará al tercero. Dicho en términos lingüísticos, el primer modelo es más productivo que el segundo y éste lo es más que el tercero.

Desde el punto de vista que aquí nos ocupa hay que decir que ninguna de las tres soluciones es sexista, por lo que cada hablante puede escoger la que prefiera. Ya el tiempo se encargará de fijar aquella forma que esté destinada a permanecer, en tanto que la otra u otras irá desapareciendo.

Ahora bien, antes de ponerse a crear un neologismo el hablante debe consultar un diccionario, preferiblemente el de la Real Academia, para asegurarse de que, efectivamente, no hay palabra para resolver su problema. Y sólo en el caso de que no la haya estará (al menos moralmente) autorizado a inventar el neologismo. Desgraciadamente esto no sucede en todos los casos, como demuestra el hecho de que muchas personas utilicen el neologismo la jueza, en lugar de utilizar la juez como indica claramente el DRAE. Ante esta realidad sólo cabe lamentarse, ya que no puede dejarse de reconocer el derecho que a todos nos asiste de hablar como a cada uno le venga en gana. Si los partidarios de jueza consiguen imponerse, cosa que dirá el tiempo, la Academia tendrá que acabar rectificándose a sí misma. Pero a mí me parece que, al menos quienes viven de la pluma, y en particular los periodistas, están obligados a seguir el DRAE en estos casos.

Álvaro García Meseguer
CSIC-Madrid
alvarogm@cicyt.es

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